martes, 17 de diciembre de 2013

CAMBIO DE OPINIÓN

Haciendo una somera recopilación de las ventajas que el alcohol aporta a quien lo consume, el gran Leo Harlem nos explicaba en uno de sus monólogos cómo el exceso etílico nos provoca raudos cambios de opinión: ‘aquella chiquilla que no parecía gran cosa, después de seis pelotazos cómo se ha puesto la princesa’. En esta sociedad en la que estamos anclados, no necesitamos esa media docena de copazos para pasar de defender airadamente una cosa a, poco más tarde, postular tercamente por la contraria. Al final, bebidos o no, nos conducimos socialmente como borrachos, curveando la trayectoria, empecinados en una trazada incorrecta y manteniendo un equilibrio inestable hasta caer definitivamente. Es tan fácil el acceso a la información, es tan inabarcable la que se nos ofrece, que al final sentimos la carencia de una visión global que nos permita impregnarnos de unos valores más sólidos y estamos más expuestos a la propaganda y, por ende, a la manipulación. El filósofo polaco Zygmunt Bauman definió a nuestra época como la de la modernidad líquida en la que las opiniones tienen la misma vigencia que las camisas, estas para esta temporada, aquellas para la que viene. Esperando que los ‘gurús’ de la moda nos digan cuáles son estas y cuáles aquellas.
Ayer por la mañana, al Valladolid futbolero le recorrió una nostálgica lágrima por la mejilla. Djukic había sido despedido de la silla eléctrica valenciana y faltó tiempo para recordar viejos tiempos mejores. Del divorcio, parecía, habían salido perdiendo las dos partes, el Pucela deambulaba por la penumbra y el serbio había dilapidado parte del prestigio conseguido aquí en la meseta. Ahora que a Djukic le había dejado ‘la otra’ se añoraba más el calor bajo la manta. Poco después, a la hora de las brujas, salíamos babeando del estadio y los recuerdos de Miroslav se habían perdido entre la niebla. Aquel equipo, diría Leo, que a las diez no parecía gran cosa, después de tres pelotazos de Javi Guerra, cómo se había puesto. Insistiendo en el argumento, Javi Guerra, tres goles, todos de gran delantero, es el mismo jugador lento que no valía para Primera División ¿recuerdan? Pues eso, ventajismo en estado puro.

Es obvio que en el desempeño de su labor cualquiera tiene días mejores y peores, las etapas en gris suceden a otras más brillantes y viceversa. Pero de ahí a descalificar definitivamente lo que antes nos parecía impecable, o seguir el camino inverso, media un abismo que recorremos con suma facilidad. Falta de análisis, falta de criterio, excesivo protagonismo de nuestra parte irracional que es básicamente influenciable y ya tenemos el guiso: argumentos de quita y pon.
Juan Ignacio Martínez, ese entrenador que viste como lo haría cualquier señor castellano para ir a misa, ha recibido palos por todos los lados. Hasta ahí bien, es parte de su trabajo y lo lleva en el sueldo, pero de ahí a dudar de su capacidad hay un trecho que no se debe pasar. No pasa nada, hoy nadie recordará haber dicho nada en su contra. Quizá su aval haya sido, como siempre en el fútbol, los futbolistas. Salió Óscar y el fútbol se homenajeó a sí mismo. Pisó el césped y entró el primer gol. El entrenador es magnífico.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 17-12-2013 



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