viernes, 13 de enero de 2017

ADJETIVOS INOCUOS Y FRUSTRADORES

Los adjetivos son esas palabrejas que sirven para calificar al sustantivo. Según qué función realicen en la oración podemos amontonarlos en diferentes estanterías. Se les puede dividir también por su valor, por lo que aportan al nombre. Así, unos tendrían una labor explicativa, los que se limitan a expresar la cualidad del objeto; otros, especificativos, aquellos que sirven para diferenciar dicho objeto del resto de los de su especie en función de la facultad señalada.  Otra subdivisión de los adjetivos haría referencia al grado. Los positivos se limitan a indicar la cualidad; los comparativos sirven para valorar la cualidad de un objeto frente a la misma de otro y los superlativos que expresan el mayor grado posible del adjetivo.


Pero podemos plantear otra distribución de los adjetivos en función del papel que desempeñan cuando se refieren a la pertenencia de los representantes políticos a distintos grupos sociales. Visto de esta manera, nos encontraríamos con adjetivos inocuos, que son aquellos que no sirven para nada, dicen por decir -un ejemplo sería señalar a Mariano Rajoy como barbudo, los demás barbudos no pusimos ninguna esperanza por el hecho de tener un presidente de los nuestros-; y adjetivos frustradores, que serían aquellos que especifican la pertenencia a un sector desfavorecido de la sociedad con la esperanza de que el preboste lo tenga en consideración. Esperanzas siempre vanas, todo sea dicho de paso, de ahí lo de frustradores. Hace ahora ocho años, Barack Obama accedía a la presidencia de los estados Unidos. Era, se señalaba con entusiasmo, un presidente negro. Ocho años después, los negros, los propios de EEUU y los ajenos, no han notado cambio alguno por ese hecho. Esa supuesta sensibilidad debida a la pertenencia se fue paulatinamente evaporando. Podríamos trazar un paralelismo en el caso de la canciller alemana Angela Merkel y sus once años en el cargo. Que sea mujer no ha aportado ventaja alguna al resto de las mujeres. Y es que cuando se tiene el poder entre las manos, el único adjetivo que indica la pertenencia a un grupo al que nunca se defrauda es ‘poderoso/a’. Pero claro, el adjetivo no haría más que señalar una tautología: el poder siempre es poderoso, tiende a perpetuarse y para eso es imprescindible la retroalimentación entre sus miembros.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 13-01-2017 

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