Los adjetivos son esas palabrejas que sirven para calificar al
sustantivo. Según qué función realicen en la oración podemos amontonarlos en
diferentes estanterías. Se les puede dividir también por su valor, por lo que
aportan al nombre. Así, unos tendrían una labor explicativa, los que se limitan
a expresar la cualidad del objeto; otros, especificativos, aquellos que sirven
para diferenciar dicho objeto del resto de los de su especie en función de la
facultad señalada. Otra subdivisión de
los adjetivos haría referencia al grado. Los positivos se limitan a indicar la
cualidad; los comparativos sirven para valorar la cualidad de un objeto frente
a la misma de otro y los superlativos que expresan el mayor grado posible del
adjetivo.
Pero podemos plantear otra distribución de los adjetivos en función del
papel que desempeñan cuando se refieren a la pertenencia de los representantes
políticos a distintos grupos sociales. Visto de esta manera, nos encontraríamos
con adjetivos inocuos, que son aquellos que no sirven para nada, dicen por
decir -un ejemplo sería señalar a Mariano Rajoy como barbudo, los demás
barbudos no pusimos ninguna esperanza por el hecho de tener un presidente de
los nuestros-; y adjetivos frustradores, que serían aquellos que especifican la
pertenencia a un sector desfavorecido de la sociedad con la esperanza de que el
preboste lo tenga en consideración. Esperanzas siempre vanas, todo sea dicho de
paso, de ahí lo de frustradores. Hace ahora ocho años, Barack Obama accedía a
la presidencia de los estados Unidos. Era, se señalaba con entusiasmo, un
presidente negro. Ocho años después, los negros, los propios de EEUU y los
ajenos, no han notado cambio alguno por ese hecho. Esa supuesta sensibilidad
debida a la pertenencia se fue paulatinamente evaporando. Podríamos trazar un
paralelismo en el caso de la canciller alemana Angela Merkel y sus once años en
el cargo. Que sea mujer no ha aportado ventaja alguna al resto de las mujeres.
Y es que cuando se tiene el poder entre las manos, el único adjetivo que indica
la pertenencia a un grupo al que nunca se defrauda es ‘poderoso/a’. Pero claro,
el adjetivo no haría más que señalar una tautología: el poder siempre es poderoso,
tiende a perpetuarse y para eso es imprescindible la retroalimentación entre
sus miembros.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 13-01-2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario