He escuchado, y en más de una ocasión, que, de no haberle
atropellado la fatalidad en forma de muerte prematura, Marcos Fernández hubiera
convertido al Real Valladolid en una suerte de Villarreal, que el proyecto del
constructor de origen leonés iba bien encaminado para borrar de la espalda del
Pucela la vitola de equipo ascensor -cola de león o cabeza de ratón- y
asentarle entre la oligarquía que sale de casa para viajar por Europa. Tal vez quienes
así opinan tengan razón, tal vez no; darlo vueltas a estas alturas no es más
que un juego, un artificio estéril: las ucronías no se pueden confirmar ni
refutar. Lo único cierto es que la historia del Real Valladolid desde entonces
hasta aquí es la que es y no tenemos ni idea de cómo hubiera sido si hubiera
sido de otra forma.
Ahora que Carlos Suárez da un paso a un lado, ahora que toca
hacer balance, me encuentro en una tesitura similar a la de aquellos: para
valorar una ejecutoria tan dilatada y poliédrica necesitaría un relato
alternativo, el de un pasado que nunca existió, para poder juzgar siquiera por
comparación.
Muchas son las críticas que este otro leonés ha recibido, no
pocas muy justas, pero siempre me quedará la duda de qué hubiera ocurrido de no
haber sido por su desempeño. Es entonces cuando la zozobra me arrastra a
Burgos, a Logroño, a Málaga… a ciudades que vieron como la historia engullía a
sus equipos punteros, a Elche, Alicante, Santander, Zaragoza, Córdoba, Murcia y
un largo etcétera de puntos en el mapa donde el club de referencia deambula
como un fantasma enfrentado a su propio pasado.
Es cierto, la dirección de Carlos Suárez fue, por momentos,
espasmódica, llena de idas y vueltas, de cambios de criterio, de palos de ciego;
construyó plantillas con retazos, siempre a última hora, siempre con piezas
pendientes; no dijo la verdad ni al médico, ni confió del todo en nadie.
También es cierto que quiso dotar de estabilidad a los
proyectos, que sostuvo entrenadores –a veces para bien- por encima de lo que la
marabunta exigía, que aprendió de sus errores y salpicó de aciertos su última
etapa.
Ahora que Suárez sale de foco, hay que reconocerle que estuvo
donde había que estar, que arriesgó lo que otros muchos no hubieran puesto en
juego. No tiene sentido pensar en lo que hubiera pasado si
la historia hubiera sido distinta. Nos deja un Valladolid muy vivo, dispuesto a
seguir escribiendo su historia.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 17-08-2019
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