sábado, 18 de julio de 2020

FUEGO AMIGO

Foto "El Norte de Castilla"

Tendré que preguntar a alguno de mis vecinos gitanos si es verdad que en sus comunidades interpretan como mal augurio que sus hijos tengan buenos comienzos porque, a decir verdad, no sé si es cierto que creen el dicho que se les atribuye o se trata de una simple invención: siempre que lo escuche fue, sí, referido a los gitanos, por boca de payos. Si me confirman que asumen como propia tal convicción, indagaré con el fin de comprender si  estamos ante una mera superstición o alguna regla de tres ceñida a la observación, vaya: el haber comprobado que arrancar muy bien en un ámbito determinado resta atención, merma voluntad y desprecia la precaución, potencias todas ellas necesarias para enfrentarse a los inexorables envites que se habrán de encarar. En caso de que la respuesta se decantara por esta última opción, me tropezaría con una duda sobre la relación inversa: empezar bien es garantía de un mal remate, vale, pero ¿se puede afirmar que un mal comienzo es aval suficiente para determinar un final como de película de Hollywood?

Si la respuesta a esta última cuestión fuese también positiva, tendríamos claro que los gitanos aficionados del Pucela cuentan con la plena certeza de que, al menos durante el próximo lustro, la portería del Real Valladolid estará resguardada por un muro inexpugnable de nombre José Antonio Caro. Su colofón habrá de ser apoteósico porque es difícil imaginar peor comienzo. Hace unas pocas semanas, una mala salida frente al Atleti sirvió como preámbulo del gol del triunfo colchonero cuando ya nos disponíamos a saborear el inesperado punto. Ese error no fue un hecho aislado sino el culmen de una actuación titubeante. Anteayer tuvo la ocasión de desquitarse. El asunto fue peor, encajó un gol ridículo, uno de esos que matan el ánimo de cualquiera que se haya colocado alguna vez el jersey de portero. Tanto, que hasta el bueno de Inui tuvo que realizar un ejercicio de contención antes de celebrar el gol con sus compañeros.

Desde mi perspectiva, poco cabe reprocharle al meta onubense: Caro cayó asesinado víctima del fuego amigo. El balón que le cedió su compañero San Emeterio cumplía con todas las contraindicaciones frente a las que es advertido un futbolista en prebenjamines. Por partes: el centrocampista efectuó el pase sin mirar a su compañero, lo dirigió hacia la portería cuando el portero se lo pedía a un lado, buscó la pierna izquierda cuando Caro es diestro.

En cualquier caso, muerto. Para un portero bajo sospecha, el hecho de aparecer en una foto tan demoledora ejerce el mismo efecto que si te atropella un camión: de tan aplastado, digan lo que digan mis vecinos gitanos sobre los malos principios, es difícil levantarse. Supongo que él y sus personas más cercanas estarán reflexionando sobre cómo reorientar su carrera porque me da que es fácil adivinar que esta etapa vallisoletana está más que amortizada, ha sido una experiencia fallida. Personalmente, por lo que le vi en el Sevilla, entiendo que es mucho mejor portero de lo que acertamos a entender ahora pero, insisto, una losa es una losa y a veces es bueno dar un paso atrás para tomar impulso. Quizá el dicho sea cierto, el final sea propicio y dentro de unos años podamos hablar de una larga y fructífera carrera, pero me temo que no será con el Pisuerga a sus pies. O tal vez sí, que yo me equivoco mucho.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-07-2020

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