lunes, 12 de diciembre de 2011

PUCELA Y PUCELITA

A Nancy no se le quitaba la cara de asombro. Había llegado a Sevilla con la intención de recoger la información pertinente para realizar su tesis sobre el folclore hispano. Allí, en cada paseo, se topaba con un suceso imcomprensible para ella, con otro motivo para la sorpresa. Cuando no era una reacción imprevista de un lugareño por lo que ella decía, era su incapacidad de comprender lo que le contaban. El caso es que su castellano académico chocaba como mosca contra el cristal con el que se hablaba en la calle. Supimos todo eso tras leer las diez cartas que envió a su prima Betsy, de Pennsylvania y que recopiló Ramón J. Sénder.


En una de ellas podemos leer que Mrs. Adams, una de sus profesoras en los años de Bachillerato y ahora jubilada, también se encuentra en Sevilla y sufre el mismo problema con el lenguaje. Ella, una mujer muy religiosa, visita una excavación arqueológica en la que, entre otras muchas cosas, se podía ver una estatua de Hércules en miniatura. Al terminar se dirije ufana al guía para contarle lo maravillosa que ha sido la excursión y remata diciendo que, sin duda, el momento de mayor disfrute se produjo cuando le enseñaron «Herculito». Huelga decir que provocó la carcajada de sus acompañantes.

No llegaría a carcajada pero los jugadores del Valladolid esbozarían más de una sonrisa en el descanso tras comprobar que el líder de la Segunda División era un diminutivo del Hércules. Romo en ataque, inconsistente en el medio del campo y natillas en defensa. Frente a tan poco fueron capaces de recoger dos goles tras sendos contraataques. El primero, culminado por Javi Guerra, se puede minusvalorar ateniéndose al resbalón del portero pero a mí me pareció un golazo. El 9 pucelano es de los pocos delanteros capaces de intuir lo que piensa el portero para ejecutar exactamente lo opuesto. Falcón no se resbaló porque sí, cayó al suelo tras tropezar consigo mismo cuando comprobó que Guerra enviaba el balón abajo y a la derecha mientras él lo esperaba arriba y a la izquierda. El giro de cadera del delantero tumbó al arquero mientras el balón obedecía al pie del lanzador.
A la vez que el Valladolid sonreía en el vestuario, «Herculito» aumentó su tamaño. No digo creció, ni engordó, porque futbolísticamente siguió sin ofrecer nada destacable. En realidad, simplemente, se hinchó. Suficiente para impresionar al rival, convertirle en Pucelita y empatarle en diez minutos. Dos córneres fueron todo el argumento. Con cuarenta minutos por delante fue incapaz de aprovechar ese viento para terminar de imponerse, viento que podría ser huracán si consideramos que el segundo gol llegó con estrambote: la expulsión de Nauzet, un chico cuyo talento futbolístico está en las antípodas del intelectual, al menos cuando juega, por lo que son tantas las veces que suma como las que resta.
En fin, dos contras y dos jugadas a balón parado, en esto está quedando un fútbol cada vez más insulso y banal donde los partidos se parecen más unos a otros a semejanza de las cumbres europeas. Tanta insistencia en no cometer errores, tanto hacer lo que hay que hacer, impide que se desafíe al futuro, que se salga de los caminos ya explorados. Los entrenadores parecen burócratas intercambiables, los directivos están solo pendientes de los últimos datos de la macroeconomía clasificatoria y la tele dicta, de momento, los horarios y los honorarios. Por este camino, de tostón en tostón, el fútbol se aboca al aburrimiento final.
Una somnolencia matutina de la que no nos espabiló ni la salida a última hora de Manucho que, al contrario que el Alcalde de la capital que presume fuera de lo que aquí no podría, en campo rival no pega esas carreras ni da esos brincos que encandilan a buena parte de la afición de Zorrilla. Debe pensar que no hay cámaras de televisión, solo correo postal como en tiempos de Nancy.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-12-2011

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