domingo, 5 de abril de 2015

CARAS Y CULOS

Según marcaba la costumbre, los soldados encargados de llevar a cabo cada crucifixión se habían de repartir las ropas del reo ajusticiado. De esta manera, los cuatro que participaron en la de Jesús, cuando hubieron concluido su labor, se dividieron las pertenencias del que ya colgaba en el madero. Pero en el momento en que tuvieron la túnica entre manos comprobaron que no tenía costuras y que romperla en cuatro trozos no era la mejor idea, por lo que decidieron sortearla. A ese hecho que relata Juan en su Evangelio se agarra una de las tradiciones que ha llegado a nuestros días: los juegos de apuestas vinculados socialmente a la Semana Santa. Hasta tal punto que, la misma actividad que podría ser sancionada cualquier día del resto del año, está perfectamente legalizada durante estas fechas. Así, entre procesión y procesión, multitudes de personas se agolpan en torno a una mesa para jugar a los borregos o se reúnen en corros para lanzar las chapas con el beneplácito de las autoridades, ya sean estas competentes o todo lo contrario.
El entrenador del Real Valladolid debe de haberse imbuido de este espíritu y ha decidido jugarse su suerte a las chapas. A estas alturas, cuando entramos en el territorio ‘Luis Aragonés’, esas diez últimas jornadas que marcarán la nota final del curso, da la sensación de que las dudas se han impuesto a las certezas. Cuando los planes deberían estar asentados, los modelos establecidos y la exigencia es máxima, el Pucela se encuentra de nuevo en fase experimental como si estuviésemos en agosto y las apuestas fuesen en billetes de Monopoly. Ya no es una cuestión de nombres -aunque algo debe de pasar en el vestuario para que dos habituales como Rueda y Óscar se hayan caído a la vez del grupo titular- sino de estilo. Los cambios en la alineación propiciaban de forma inexorable una modificación radical en la manera de jugar. Si antes se hacía necesario el toque corto y preciso, el avance colectivo del equipo acompasado al movimiento del balón, ayer se buscó el pertrecho defensivo y el lanzamiento largo para que Tulio abasteciera desde lo alto de su cabeza a los que llegaran en segunda jugada. Ambas, la vieja y la de ayer, son dos maneras igualmente válidas, pero radicalmente distintas de entender el fútbol, razón por la que sorprende el giro. De un entrenador se debe esperar que tenga sus principios futbolísticos (el estilo) y los defienda. A partir de ahí es sensato que pueda modificar las ideas (la manera de poner en práctica lo que uno cree) en función de las circunstancias. Un giro tan drástico debe de tener un porqué que no acierto a comprender, pero que muestra de forma palmaria la sensación de debilidad del entrenador frente a los jugadores o ante sus propias convicciones. En el primer caso estaríamos hablando de un golpe de mano desesperado y probablemente tardío, de haber sido necesario; en el segundo de una bajada de pantalones. Lo cierto es que lo de ayer en Girona sonó a apuesta y, una vez que las monedas lanzadas al aire tocaron tierra, pudimos comprobar que habían salido culos, pero tanto hubiera dado si hubieran caído con las dos caras boca arriba. Aventurarse en estos juegos es siempre una mala apuesta.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 05-04-2015

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