Nuestras cabezas
pueden ser armas de destrucción. En ese amasijo formado por millones de
neuronas interconectadas que es nuestro cerebro, reside el misterio más
indescifrable: la naturaleza del ser humano, la de todos y la específica de
cada uno. Podemos saber cosillas, incluso intuir otras de mayor alcance, pero
hasta un punto, a partir de ahí empieza el vacío. Averiguar cuáles son los
estímulos y cuáles las reacciones, las relaciones entre unos y otras, sigue
siendo un pozo insondable incluso para los profesionales del asunto. Se
estudia, se investiga, se experimenta, se avanza, pero lo que se conoce sigue
siendo del tamaño de un alfiler comparado con el inmenso mundo de lo ignoto.
Una de las formas de ir anclando lo poco que se sabe es agrupando realidades
bajo los límites de las palabras.
De esta manera aparecen términos como ‘depresión’ que diagnostican todo pero dicen muy poquito. A veces esas palabras se cuelan en nuestro día a día cuando una noticia nos sobresalta y ha querido la casualidad (por no decir la vida cuando se convierte en mierda y nos muestra su lado más cruel) hilvanar dos hechos aparentemente en las antípodas con el hilo de la maldita palabra. Depresión fue lo que condujo a Andreas Lubitz a estrellar contra una montaña un avión segando la vida de centenar y medio de personas, depresión fue lo que arrastró al exjugador de baloncesto Lalo García del fondo de las tinieblas al fondo de un río. El uno condujo al precipicio a seres inocentes ante la estupefacción de una sociedad fascinada y endeble que asistió como público a su obra magna, el otro quiso desaparecer en silencio seguramente pensando que era una carga y que su decisión era la mejor que podía tomar. Dos hechos distintos, inconexos, envueltos en una misma palabra que, en realidad, no explica nada. Un celofán que sirve para esconder el vacío, el miedo a reconocer que, de nosotros mismos, solo podemos afirmar lo mismo que Sócrates, que no sabemos absolutamente nada, que en nuestra cabeza habita un gran desconocido.
De esta manera aparecen términos como ‘depresión’ que diagnostican todo pero dicen muy poquito. A veces esas palabras se cuelan en nuestro día a día cuando una noticia nos sobresalta y ha querido la casualidad (por no decir la vida cuando se convierte en mierda y nos muestra su lado más cruel) hilvanar dos hechos aparentemente en las antípodas con el hilo de la maldita palabra. Depresión fue lo que condujo a Andreas Lubitz a estrellar contra una montaña un avión segando la vida de centenar y medio de personas, depresión fue lo que arrastró al exjugador de baloncesto Lalo García del fondo de las tinieblas al fondo de un río. El uno condujo al precipicio a seres inocentes ante la estupefacción de una sociedad fascinada y endeble que asistió como público a su obra magna, el otro quiso desaparecer en silencio seguramente pensando que era una carga y que su decisión era la mejor que podía tomar. Dos hechos distintos, inconexos, envueltos en una misma palabra que, en realidad, no explica nada. Un celofán que sirve para esconder el vacío, el miedo a reconocer que, de nosotros mismos, solo podemos afirmar lo mismo que Sócrates, que no sabemos absolutamente nada, que en nuestra cabeza habita un gran desconocido.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 02-04-2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario