lunes, 26 de octubre de 2020

¿DÓNDE ESTÁ MI BOCADILLO?

Foto "El Norte de Castilla"
El lunes, poco antes de que me tuviese que levantar, me despertaron las voces de Juan Carlos, el Gordo, desde la puerta de la calle.

-Señá Jose, ábrame la trasera.

En lo que él se preparaba para comenzar su labor -alguna obra menor de albañilería- yo desayuné y dispuse el material para ir a la escuela. Quiso la fortuna que desde la ventana viese cómo el Gordo dejaba el bocadillo del almuerzo envuelto en papel de periódico sobre un estante de herramientas. Haciéndome el longuis, salí a la calle por el corral con ojos golosos cargando la media barra larga en la cartera.  

Llegado el momento, el Gordo fue a por su tentempié. Primero, sorpresa. Después de afanarse en una búsqueda estéril, mueca de incredulidad, brazos pegados al cuerpo, antebrazos extendidos, manos abiertas con las palmas hacia arriba… Cariacontecido, como Kike

-Señá Jose, no encuentro el bocadillo.

Mi madre le hizo uno para que cubriese el expediente.

-Te habrás olvidado de traerlo –dijo, como podía haber dicho que un empate en el primer partido no estaba mal o que un mal día, a falta de afinar, en un campo difícil lo tiene cualquiera.

El martes anduve al quite. Me levanté a tiempo para poder observar sigiloso dónde dejaba el bocadillo. A la hora del almuerzo, el Gordo, al final un niño pese a que a mí me pareciese un hombre, fue avergonzado a mi madre.

-Juan Carlos, ¿no me estarás engañando? -se preguntó, como se podía haber preguntado tras lo del Celta, el Eibar o el Huesca, si de verdad se había dado un salto de calidad, si solo era cuestión de errores groseros individuales.

Esta vez, la respuesta tuvo un matiz.

-Te doy otro bocadillo, pero se lo voy a decir a tu madre. No sea que te tenga a dieta -lo del apodo no era porque sí.

El miércoles, lo mismo por mi parte. Inicialmente,  lo mismo por la suya. El Gordo repitió ante mi madre el gesto de Kike.

-¡Otra vez que no está! Solo se me ocurre que haya sido la perra –se justificó como se puede uno desculpabilizar si pierde contra el Madrid.

El jueves no dejaron salir a la perra al corral. El plan no podía fallar. Ya están todos, jugamos en casa, el rival es de nuestra liga. El bocadillo voló de nuevo. La cara, los brazos, el gesto dejaban claro que sabían que algo se les escapaba.

Mas mi madre y el Gordo encontraron la fórmula: no había que perder de vista el bocadillo.  El viernes, el Gordo se parapetó detrás de un par de bidones de gasoil y aguardó el momento. Caí.

-¡La perra, señá Jose, mire quién es la perra!

Mi madre salió corriendo al corral. Allí yo, bocadillo en ristre, rojo como un tomate. Ella se acercó hacia mí. No vi, precisamente, buenos propósitos.

-Conociéndole, ¿cómo no se me habría ocurrido antes? Ven aquí tragón que te voy a dar…

Al final, la respuesta a los misterios se suele hallar dentro de los muros de la propia casa. Toca pues mirar, analizar, tomar decisiones y resolver sin dejar terreno para la especulación y el pensamiento mágico. Y perder de vista el bocadillo.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 26-10-2020

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