jueves, 27 de noviembre de 2025

ALMADA DESCIENDE PELDAÑOS

 

Foto: Carlos Gil-Roig

Los franceses designan como ‘l’esprit de l’escalier’ (el espíritu -o el ingenio, o la mente, o tal vez la ocurrencia…- vaya usted a saber, cosas de la polisemia gala- de la escalera) a ese instante inmediatamente posterior al debido -vaya, cuando ya es tarde- en el que la cabeza te dicta el alegato perspicaz, las palabras precisas, la frase idónea para haberla formulado antes, minutos o segundos atrás, cuando aún pudo provocar el efecto buscado y -por la impericia en el instante estricto, el a destiempo de la idea- no alcanzado. De la misma forma, la expresión designa el desasosiego, al resquemor provocado por esa frustración derivada de la tardanza, y ya inoportunidad, de la respuesta sobrevenida. 

Una variante pertinaz -en su doble acepción, cosas de la polisemia castellana, de obstinada y persistente- de esta tarda perspicacia afecta, al parecer, a Guillermo Almada. Al entrenador del Pucela le sacude un primer aluvión de este espíritu cuando ya ha bajado algún escalón, cuando ya ha transcurrido medio partido, a veces, incluso, más. Es entonces cuando le debe venir a la cabeza la alineación y la disposición con las que -entiende- debería haber comenzado el encuentro. Tarde, sí, pero con un matiz, aún resta partido. Alicorto, demediado, pero cabe la posibilidad de remiendo.

A estas alturas, sin embargo, la potencialidad del nuevo once ha sufrido una merma: el tiempo previamente jugado ha mellado la confianza, la energía, el arrojo. De hecho, a la idea ahora reprobada por Almada se le atisbó algún destello. Tan cierto como que las fisuras en el área propia dejan secuelas jornada tras jornada. A la primera, el balón se hunde en la red, el marcador muta en montaña. ¿Y en la portería rival? Pues al parecer, esta irradia alguna luz, exhala algún efluvio, imperceptible para los demás, que deslumbra, ofusca y desbarajusta a los jugadores blanquivioletas hasta el punto de marrar ocasiones en las que lo improbable resulta no atinar con el gol. Se entrevé que pueden, pero una y otra vez se niega la posibilidad. Y no se sabe, por más que cada cual asegure su certeza, el porqué. ¿Falta un goleador? ¿Es juego generador lo que se necesita?

El segundo plan de Almada, el de los primeros peldaños de la escalera, no mejora, al menos en apariencia, al preliminar. La frase ingeniosa no resulta tanto. Claro, el once inicial, cuando no es inicial, requiere tiempo para acomodarse, para que los nuevos se asienten, para que los que se mantienen modifiquen los hábitos. El juego se deslavaza, se desarrolla a impulsos. Se genera impotencia, más impotencia, frustración… el tiempo corre raudo, se acaba. Se acabó.

Almada baja algún escalón más. Emerge un segundo torrente de ese espíritu pertinaz: ‘tendría que, tendría que, tendría que…’. Ya, si eso -discurre-, esta idea la ejecutamos la próxima semana. Hasta que no haya semanas. Porque el copresidente Solares (¿agua?, ¿terrenos para edificar?) le ha ratificado. Ratificar, un verbo que, diga lo que diga el DEL, en fútbol significa que la cuerda anda medio rota, que solo el drástico cambio de la dinámica de resultados evitará la ‘desratificación’ de lo ratificado.

Desciende más peldaños. El cerebro de Almada le torturará insistiendo en preguntarse por las razones que le trajeron acá. Una tromba de espíritu después, encontrará la negativa que pudo dar cuando se le ofreció el puesto. De fondo sonará el ‘Ay, Jalisco no te rajes’. Y no será Negrete el que lo cante. Negrete como el panorama que vislumbra.

Los últimos escalones, los que deje atrás una vez haya concluido su etapa pucelana, servirán al espíritu para explicarle lo que debería haber hecho para alcanzar los resultados que soñó en esta etapa castellana.

Al fin, si se aprende de las derrotas, anda que no sabrá, anda que no sabemos.

Artículo publicado en El Norte de Castilla el 26-11-2025

 

miércoles, 19 de noviembre de 2025

LA ORIGINALIDAD DEL PASADO

 


Ignacio Carral. fotografía, cedida por su hija, fue portada de «Estampa» en 1930

“Todos coinciden en que encontraron algo muy nuevo, muy original y muy eficaz, para regentar el Estado y la nación”. Ese algo “nació en contra de un régimen anterior que se ha convenido en llamar viejo. No cabe duda de que lo contrario a lo viejo es lo nuevo”. “Pero no por esto debe acusárseles demasiado de renovadores”, los defensores de esto nuevo “son buenos chicos y han procurado conservar lo mejor posible los defectos y las lacras del régimen tradicional”. “Han reducido el reparto de prebendas y honores, que antes se hacía equitativamente entre los hombres de todos los partidos, a los hombres del partido” suyo. “Son vagos retóricos como el más consumado político del régimen anterior”. “Mientras aquellos manejaban […] palabras indeterminadas como ‘libertad’, ‘progreso’ y ‘orden’, estos manejan […] ‘patria’, ‘disciplina’…”.

“Han exaltado las características del viejo régimen hasta un limite inverosímil”, si antes “sostenían estériles luchas sobre si la orientación del gobierno debería ser liberal o conservadora”, ahora establecen que “la orientación de todo gobierno debe ser permanentemente” la propia de ellos. “Claro que aún no está la obra completa. […] Aún quedan vertederos por donde puede escaparse la antipatriótica oposición” a ese algo nuevo impugnante.

Lo entrecomillado pertenece a un artículo publicado hace un siglo, el 14 de noviembre de 1925, en las páginas de El Norte de Castilla. Texto escrito por el segoviano Ignacio Carral, mientras trabajaba en un instituto de Sicilia, que llegó a mi mano gracias a Juan, estudiante de Historia que se topó con estos renglones mientras realizaba sus prácticas.

Repetimos la cantinela de que la historia se repite. Las reflexiones, también; de manera que lo escrito por nuestros antecesores bien se puede considerar información del pasado procedente del futuro.

“Solo que esta novedad”, concluye, “es un poco peligrosa. […] Era la que gobernaba todavía cuando aquellos hombres feroces de la Revolución francesa hicieron subir al patíbulo a tanta buena gente”. La mirada de Carral se apagó en 1935, sin tiempo para retratar con palabras a 1945 como reflejo de 1789, para asimilar que su predicción no se cumplió en España, para observar este presente de hoy.

Artículo publicado en El Norte de Castilla el 18-11-2025

 

 

sábado, 15 de noviembre de 2025

INOPINADO RECURSO O SIMPLE COARTADA

 

Foto: José C. Castillo

Levantas la cabeza y adviertes un trecho entre tu rueda y la de los ciclistas que te preceden; un hueco que apenas unos segundos antes no existía separa tu bicicleta de la suya. Aprietas, arrancas de tu cerebro un tesón ignoto, de tus pulmones un resuello áspero, de tus piernas una dosis infinitesimal de energía. Vuelves a alzar la cabeza y reparas en que la distancia ha desaparecido, en que eres parte de ese pelotón cabecero. Aún desconoces –y te interpelas– si les has alcanzado porque tu esfuerzo lo propició o porque los demás aflojaron.

 

Pero ahí estás, satisfecho, todo lo ufano que el cuerpo te permite. Hasta que la sombra sobre el asfalto te anuncia el alejamiento de la rueda antecesora. Un acelerón amenaza. Mientras maldices el nuevo requerimiento, elevas la mirada, percibes unos malditos metros de vacío... Ignoras –y te conturba la duda– si te alejan porque no das más de sí o porque ellos dilapidan el depósito por encima de lo que la distancia pendiente por recorrer demanda. Y vuelta a empezar: aprietas, arrancas de tu cerebro, tal y tal y tal. En ciclismo, esta situación frecuente del corredor que no termina de enlazar ni de descolgarse se denomina ‘hacer la goma’ debido a que la impresión visual parece mostrar un ciclista sujeto al pelotón mediante un cordel elástico que alternativamente se estira y encoge. Cuando parece que sí, resulta que no; cuando inferimos que no, las aguas refluyen y el cauce vuelve a recogerlas. Hasta que, (casi) indefectiblemente, se rompe la ligazón y la esperanza.


El Pucela, salpicando su itinerario con victorias y derrotas sobre una masa de empates; tanto se acerca a la cabeza alentando la ilusión del respetable cuanto se desarrima descorazonando hasta al más pintado. Ante la UD Las Palmas pedaleó en falso, se le salió la cadena, pudo observar que el pelotón de cabeza le dejaba atrás. La distancia, recuperable por tiempo y dimensión, se agranda a la vista del desempeño futbolístico, de la persistencia en las razones que la ha provocado. Aunque, de repente, emergen dos nombres. Uno, el de Arnu, que aguardaba una oportunidad, al que esperábamos impacientemente como recurso bendecido. Otro, el de Mario Domínguez, que, ungido por el mandamás, aparece inopinadamente en los entrenamientos, en la convocatoria, en el terreno de juego. ¿Cómo -nos cuestionamos- un tipo que ha mostrado un talante pertinaz se lanza al vacío sin más red que la pericia y el tino de dos adolescentes? ¿Tan mal presagio le produce a Almada la apuesta mantenida, el grupo hasta ahora conformado? ¿U observa en esta pareja el potencial necesario para revertir una inoperancia ofensiva que lastra los resultados del equipo aun cuando este no parece merecer tal castigo? ¿Les designa el entrenador para asumir el rol de recurso de emergencia porque entiende que la portería rival ha mutado en un hermético enigma para sus compañeros de línea? ¿O pretende guarecerse con la coartada de la alineación de los chavales aduciendo, con el gesto de entregarles plaza, la falta de mimbres? ¿O designarles, entendiendo que el público atenuará el reproche al asimilar de buen grado la presencia de unos jugadores aún por hacer, para que ejerzan la labor de parapetos?

En cualquiera de los casos, sea como fuere, por convicción o demagogia, por sólido asentimiento o cínica cobardía; Almada, de consolidar la propuesta, de asentar (al menos) a Arnu y Mario Domínguez entre los que en el césped ‘peleando en buena lid, habrán de llevar con orgullo y con honor y defender con honra y con respeto el escudo que llevan en su pecho’; Almada, digo, sin escapatorias intermedias, solo encontrará dos caminos, y antagónicos: el que eleva al pedestal y el que arroja al olvido. El que permite desestimar la goma por superflua y el que, tras troncharla por la creciente dificultad, desampara en la soledad de la distancia. Héroe o villano. Sin más.  

Publicado en El Norte de Castilla el 16-11-2025

 

lunes, 10 de noviembre de 2025

LISTA DE WHATSAPP IDÓNEA PARA ALMADA

 

Foto: Manuel Esteves-Factoría 9

Todas las mañanas, Julio, padre de Julio, me envía un mensaje -un WhatsApp, decimos, confundiendo sustancia con medio- en el que encuadra una especie de aforismo bajo el rótulo ‘La frase del día’. Todas las mañanas, por supuesto, lo leo; el que lo haga caso, que lo asuma como consejo, también por supuesto, es harina de otro costal. Sin embargo, mi cabeza obra así, de tanto en tanto juego con la frasecita, pretendo adecuarla a algún contexto cercano sobre el que ande cavilando. Así que, cuando corresponde escribir sobre el Pucela, blanquivioleta y en botella: interpreto la frase con clave en el último partido, en el desempeño global del equipo en un periodo determinado, en alguna circunstancia concreta, en algún protagonista…

Pendiente pues de sentarme a escribir este texto, taza de café en mano, cerebro revoloteando con su dispersión habitual, me asaltó el timbrazo del móvil avisando de la acometida de un mensaje: el de Julio, padre de Julio, supuse y atiné. Abro y leo: [“Para progresar no basta actuar, hay que saber en qué sentido actuar.” Gustave Le Bon. 1841-1931. Psicólogo francés]. Cuando uno habla, incluso si escribe, praxis con la que las palabras se anclan, pierde la propiedad de lo expresado, de su sentido, incluso, del significado de cada vocablo, de cada enunciado. Las palabras vuelan, adquieren vida propia, se adaptan, se transfiguran.

Le Bon, que cumpliría los ochenta y seis al final del año en que se editó el primer tomo del ‘Mein Kampf’, desconocía, mientras se iba desarrollando su obra, que esos textos publicados inspirarían el libro en que Adolf Hitler apuntalaría su programa. Menos aún, Le Bon, que fallecería cuando el Real Valladolid apenas había cumplido los tres años de vida, pudo imaginar que la frase referida podría servir para definir uno y tantos partidos del Pucela, uno y tantos encuentros de fútbol.

Exigimos a ‘nuestros’ futbolistas que actúen, que corran, peleen, se machaquen, creyendo que ese material de combate garantiza el objetivo –‘el objetivo es la victoria’, reza la letra compuesta por José Miguel Ortega para el himno del Real Valladolid-; pero ese actuar, si no se sabe cómo, en qué sentido, resulta deficiente, carece de valor. Obvio que el sentido idóneo, ese saber cómo, precisa actuación: la teoría desapegada, la teorética, de nada sirve. Exigimos y, me atrevo a afirmar que cumplen con ese requerimiento. Pero comprobamos que solo con el esfuerzo no alcanza, que falta el juego capaz de desdoblar los sistemas rivales.

Las aportaciones de Le Bon sobre dinámicas sociales y grupales se sustentan en la afirmación de que ‘los seres humanos desarrollan en colectivo comportamientos que jamás desarrollarían individualmente’.  La masa desresponsabiliza, contagia, sugestiona, condensa. El conjunto infunde temor por lo que induce a la integración, a la adaptación, como resorte de supervivencia. Por más que pensemos que un equipo de fútbol se articula como un entramado militar, como la suma de individuos desindividualizados, dóciles, alienados; en realidad, el equipo, por más que se armonice acatando el plan del entrenador, se conforma con la suma de cualidades que incluyen la personalidad. Una personalidad que demanda prestancia, carácter, determinación y, faltaría más, la voluntad de no agazaparse.     

Días antes, la frase enviada por Julio, padre de Julio, fue escrita por Fiedrich Nietzsche: “Para llegar a ser sabio, es preciso querer experimentar ciertas vivencias, es decir, meterse en sus fauces”. Ante Granada y Cádiz el Pucela ha experimentado el agobio de inicio, ha vivido encerrado. Continuaba el filósofo alemán, “Eso es, ciertamente, muy peligroso, más de un sabio ha sido devorado al hacerlo”. El Pucela ha sobrevivido. Pero que se mantenga alerta el sabio Almada, las fauces del fútbol engullen. Al final, volvemos a las frases mañaneras, días antes de días antes, recibí una del dramaturgo Jardiel Poncela, recordaba: “En la vida humana solo unos pocos sueños se cumplen, la gran mayoría se roncan”; y más antes, otra, esta del periodista francés Alphonse Karr, subrayaba: “Nos gusta llamar testarudez a la perseverancia ajena pero le reservamos el nombre de perseverancia a nuestra testarudez”. Si el señor Almada lo desea, le pido a Julio, padre de Julio, que le incluya en la lista de receptores de su correspondencia diaria. Lo haría con gusto. Además, los sellos de estas cartas son baratos.   

Publicado en El Norte de Castilla el 11-11-2025

miércoles, 5 de noviembre de 2025

LOS FARDOS ACUMULADOS

 

Foto: Carlos Espeso

El pasado pesa; por momentos, abruma. Su ineludible presencia demanda a cada cual la carga de unos fardos plúmbeos, de unas sacas de tacto molesto; un engorroso trajín. El presente, en su afán por encontrar un espacio libre que posibilite continuar el camino, estiba esa carga, la acomoda; pero le resulta imposible ignorar la mercadería acumulada. En ocasiones, de tan saturado como se halla el ánimo, el alma, el espíritu o como quiera que se denomine ese interior nuestro, carece de sentido la expresión ‘la gota que colmó el vaso’ porque el vaso viene de antemano colmado, no le cabe una gota más. Cualquier menudencia vertida a partir de entonces rebasa la cabida del recipiente, supera sus bordes, cae, moja hasta, gota a gota, lágrima a lágrima, empapar. Un ‘entonces’ ampliamente superado por una afición, la del Valladolid, que no encuentra espacio para almacenar más decepciones. Las que llegan -y llegan- se amontonan, se desparraman, sepultan, incapacitan hasta para respirar. Los silbidos de la grada, un aire que surge del aplastamiento, de la compresión provocada por el agobiante bagaje, informan de ese hastío.  Con ellos, la afición, esencia -lo permanente, por definición- del club, muestra que sus pulmones absorben y expulsan aire, que se mantiene la vida, que cabe esperanza. Los pitos son los de una afición que no digiere una eliminación copera ante un equipo de tercera. Y no la digiere, no por falta de raciocinio para asumir que el fútbol es un deporte en el que lo imprevisible hace acto de presencia, un juego dispuesto a sorprender, sino porque la eliminación sucede a una derrota en casa en una temporada inmediata a la anterior, la que laceró de forma tan cruel que la herida tardará años en cicatrizar.

Si además la primera mitad deja al descubierto todas las miserias, los temores se agrandan, la piel se eriza, la (poca) ilusión se encrespa. Los pitos, que ya venían de casa, se reverberan al tropezar ante la misma e insistente razón que los provoca. El rival te abruma, los tuyos manifiestan impericia para desempeñar su profesión. Algo, que, de tan ilógico -en otros momentos, en otros equipos, han demostrado alguna cualidad que ahora se esconde- denota la presencia de factores que sobrepasan lo estrictamente futbolístico: ausencia de confianza en ellos mismos, en sus compañeros, en la idea.

Y de repente… Permítanme que les diga que nunca supe interpretar este fenómeno. Jugué, hace mucho, pero jugué. Y aun así no termino de explicarme como un equipo -el Granada en este caso- que supera al rival en lo físico, en lo táctico y, al menos aparentemente, en lo técnico se desagüe. Como si alguien se mirase orgulloso, se mostrase encantado de sí mismo, alcanzase algún logro y, en vez de mantenerse como esa persona que se respeta a sí misma, decide empequeñecerse para proteger lo conseguido. El Pucela creció o, insisto, le permitió el estiramiento el recogimiento del Granada. Podría, hasta ahí alcanza mi certeza, comprender que un equipo que se ha mostrado inferior, incluso que lo sea, en un arrebato, en un empellón de cinco o diez minutos, arrinconase al superior; pero, ¿revolver una dinámica completa?

Nunca resolveré esa duda, desconozco qué porcentaje del cambio he de atribuir al mérito pucelano y cuál apuntar en detrimento del equipo nazarí, de Pacheta, su instructor. El empequeñecimiento alcanzó tal extremo, el nerviosismo por el miedo al sentir que se disipaba lo que poco antes daban por descontado infundió tal zozobra, que atenazó a los de las franjas rojas horizontales hasta el punto de que uno de sus jugadores metió la mano, o sea, metió la pata, dónde y cuándo no correspondía. Lo mismito que la jornada previa, pero, en este caso, a favor del Pucela. Imagino a Almada parafraseando a Job pero invirtiendo los términos: un penalti me lo quito, un penalti me lo devolvió. Bendito penalti. Los silbidos cesaron. Pero permanecen. Como la herida. Las heridas.

Artículo publicado en El Norte de Castilla el 5-11-2025

 

 

martes, 4 de noviembre de 2025

CERRADO, ASÍ SUCEDE

 

Foto: Antonio Tanarro

Cuando la panadería de Perico cerró, la panadería ya estaba cerrada. Nunca supe a quién atribuir una frase análoga que, referida a la Revolución francesa, mucho tiempo atrás pude leer; un aforismo preciso que apuntala la inexorabilidad de algunos trances por más que su advenimiento nos cause sorpresa en el momento concreto en que se producen. La puerta de la panadería de Perico se candó definitivamente como sucesivamente fueron bajando la persiana la tienda de Donata, la de Claudia, la de Mari, la de Joaquina, la de Marcos -reconvertida en sus últimos días en el quiosco de Tomasa-; como trancó el estanco de Ana, el bar de Lolo, el de Solorza, el de Ángel o el Rancho de Desi. El de Nini y Nieves se libró de la definitiva clausura porque un traspaso acudió al rescate. Y se mantendrá vivo mientras María Jesús aguante en el doble sentido -sostener o llevar con paciencia- del verbo aguantar.  

Así, uno a uno, los establecimientos de Rasueros fueron marchando. Se fueron marchando porque previamente, nuestros padres, los padres de tantos ‘Daniel, el Mochuelo, entendieron que ‘irse’ y ‘progresar’ caminaban de la mano; que, al menos, el ‘quedarse’ confinaba la certeza de un deterioro vital. Al contrario que Delibes -Dios me ampare- entiendo que las cosas -estas cosas del despueble y el agotamiento del mundo rural tal y como le conocíamos- sucedieron así porque no podían haber sucedido de cualquier otra manera.

La panadería de Perico, Pedro, fue antes la de la ‘señá’ Jacinta, su madre. Ahora, hasta ya, la regentaban sus hijos, Rubén y Ramón; pero para la gente de mi generación nunca perdió el nombre con el que la conocimos de renacuajos. Aún de chaval, vi las llamas que se asomaban por el tejado, me conmovieron las lágrimas de Pedro y Mari,; presencié la voluntad de un pueblo volcado en apagar el incendio. También -tiempos del autoabastecimiento, los de antes de los empaquetados- contemplé a las mujeres del pueblo, a mi madre, acudir al horno a ‘hacer magdalenas’, moritos o pastas. La necesidad de una inversión, irrecuperable dada la coyuntura, echa la llave. Inexorable. Y dolorosa porque es la llave de nuestra vida.

 Artículo publicado en El Norte de Castilla el 4-11-2025