Dos
bramidos recorren las calles de nuestras ciudades, dos gemidos clamando
silencio perpetuo a las armas: “No a la Guerra” y “ETA no” son esperanzas que
manan desde el fondo herido de la mayoría de nuestras gentes, las que sueñan
con desterrar a la violencia como medio de cualquier fin, las que no están
dispuestas a comprar nada a precio de una vida. Sin embargo alguien pretende
confundirnos enfrentando a esos dos sentimientos, anteponiendo uno sobre otro.
Cuando el mundo del cine, en su fiesta, reclama al gobierno español que, ante
la crisis en Oriente Medio, encamine sus esfuerzos hacia una solución pacífica
son acusados de no haber realizado el mismo gesto ante ETA. Se equivocan. En
primer lugar porque lo han hecho –en la gala de 1.998, tras el asesinato de
Ascensión García Ortiz y de su marido, el concejal sevillano Alberto Giménez
Becerril- y en segundo porque no es lo mismo. Mientras ETA no nos representa,
nos asigna el papel de víctimas potenciales y eso produce un legítimo miedo por
que estamos al otro lado del gatillo, frente a sus ansiosas pistolas, en la
dirección de sus balas, el gobierno nos impele a asumir el papel de sayones de
decenas de miles de civiles irakíes. A mi también me da miedo ser víctima, por eso
no quiero ser verdugo.
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