El futuro ya está aquí. Ese tren que nos han vendido como el bálsamo de
Fierabrás que ha de curar todos los males habidos y por haber, galopa ya por
nuestras calles. Los periódicos han escupido las caras de una larga lista de próceres
(y no tanto) que sonríen a caballo ganador. Ha venido y lo vemos porque, lejos
de circular bajo la tierra vallisoletana, luce esplendoroso a nuestro nivel. Ya
habrá tiempo para esconderlo.
Madrid-Valladolid en una hora frente a las casi tres que hemos perdido
en cada desplazamiento. La zona este de la ciudad se abre paso ante venideros
años de vacas gordas cuando todo esté enterrado y bien enterrado. Millones de
personas encontrarán el paraíso bajo los adoquines pucelanos. Y mucho más que
se me olvida.
No cabe duda, se trata de una buena noticia pero salpicada de tal
triunfalismo que no nos ha permitido emitir un análisis sosegado ni valorar
algunos riesgos. Por empezar por lo primero, reducir el tiempo del
desplazamiento es un alivio que desnuda una carencia sufrida durante muchos
años: se tardaba tres horas, básicamente, porque para ir de Valladolid a Madrid
(o viceversa) recorríamos al pie de 260 km, casi 100 más de los que se harán
ahora. Una obra, la variante del Guadarrama, mil veces reclamada pero nunca,
hasta ahora para el AVE, ejecutada. Una obra que señala ese déficit de interés
sobre esta tierra al que nos hemos acostumbrado. Con mucho menos gasto y mucho
antes podríamos habernos puesto en Madrid en poquito más de hora y media
-menos, incluso, con una buena explotación de los trenes rápidos que había ya
en circulación-. A la par corremos el riesgo de centrar todos los esfuerzos
presupuestarios en el nuevo tren, eso significaría la progresiva desaparición
del tren convencional lo que supondría dos problemas: nos dejaría sólo con la
opción más cara y alejaría, de esta forma, a las capas sociales menos pudientes
de la opción del transporte ferroviario y los núcleos de población más
separados de las estaciones AVE perderían muchas posibilidades de uso del tren
lo que desestructuraría (más) al conjunto de la comunidad autónoma. Hemos de
ser muy beligerantes en este sentido. No podemos poner todos los huevos en la
misma cesta por nuestro propio bien.
Dicen que para 2011 estará soterrado pero lo que se esperaba pagar con
el precio del suelo liberado parece que no va a ser tan fácil: el boom
inmobiliario toca a su fin y Zaragoza puede servir como ejemplo. Al final será
más caro lo que detraerá dinero de otras partidas y menos adecuado a las
necesidades reales de la ciudad. Es la apuesta de este alcalde que, tras años
de criticarlo y caer del caballo como San Pablo, se ha convertido en el más
firme (por alardes militares, no por los hechos) defensor de este proyecto.
Dicen que eso supondrá el despegue de los barrios allende la vía pero olvidan
decir que la situación actual, más que al pobre tren, se debe a las escasas
inversiones realizadas en la zona más desatendida de la ciudad. Una barrera que
ha sido frontera por su impermeabilidad, por sus escasos (y malos) pasos, por
su desastrada apariencia, por la inacción política, parece que toca a su fin
pero hay que preguntar el por qué y exigir responsabilidades por tantas décadas
de estigmatización. Tan dispuestos están (los mismos) a adornarse con los suntuosos
oropeles de las inauguraciones como a silenciar lo que se alista en su debe.
Dicen que entrará bajo superficie al llegar a Daniel del Olmo. Ya se hablaba
del soterramiento, de la magnitud del gasto, cuando en una ciudad llana se
permite la expansión al lado de la vía. Quienes habitan en la Zona Sur no verán
al tren soterrado. Si es un inconveniente ¿por qué no lo previeron? Si no lo es
¿para qué tanta milonga?
Publicado en "Delicias al día"
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