lunes, 4 de marzo de 2013

NO SOMOS ÁNGELES

Los ángeles no tienen sexo’, más que una frase hecha o una aparente explicación terrena que puede servir para ilustrar a los creyentes acerca de una realidad incognoscible, es un adagio, una sentencia moral. La frase de marras enfoca el camino a la perfección, el referente al que deben aspirar las personas de fe: desprenderse del cuerpo, alejarse de los placeres que este pueda proporcionar. No es casual que cualquier persona consagrada haya tenido que realizar un voto de castidad por el que renuncia a cualquier práctica sexual: ser como ángeles, ese es el ideal. Esta abstinencia, sin embargo, no te acerca a los ángeles ya que ese ‘no tienen sexo’ no puede ser considerado como explicación sino como un terreno metafórico en el que el sexo es la imagen que aúna todas las pasiones y pulsiones de los seres corpóreos. La diferencia entre lo angelical y lo humano no es la tenencia o carencia de órganos genitales, su uso o la negación de él. Es más, esto último, las más de las veces, puede ser contraproducente porque genera una disfunción entre lo que se siente y el compromiso adquirido o, en el peor de los casos, porque puede ocurrir lo mismo que a una olla de vapor cuando se obstruye la válvula: la tapadera se enfrenta a una realidad física y vuela por los aires. Ni somos ángeles, ni podemos serlo.
En ‘Cielo sobre Berlín’ Wim Wenders cede el protagonismo de su película a dos ángeles que bajan a la Tierra con la misión de insuflar ganas de vivir y mitigar el dolor que la vida, en algún momento, produce. Hay dos líneas que no pueden atravesar: ni pueden modificar la vida de las personas con las que se cruzan, ni pueden hablar de su procedencia. Con su cuerpo recién adquirido (aunque solo puedan verlo la buena gente y los niños) pasean por la capital alemana, uno de ellos va sintiendo la eternidad como un castigo y aspira a beber todos los tragos de la vida humana incluido el amor.
De Malmoe, un poco más arriba de Berlín, llegó a Valladolid Daniel Larsson. Como los dos ángeles de la película citada, camina por los partidos tratando de evitar el dolor de sus compañeros y tratando de darles alguna alegría. Para ello realiza una labor estajanovista en pro del grupo, sube y baja, presiona y choca, pero en la tarea para la que se le requiere no termina de hacerse presente. Quizá los entrenadores, como los niños y las personas puras de la película, sean capaces de ver lo que los demás tenemos vedado, quizá hayan visto un potencial que no ha podido mostrar aún y que se desarrollará en los meses venideros, quizá y ojalá, pero de momento la voluntad supera al aporte. Ayer, como por contagio o solidaridad mal entendida, todos los atacantes del Valladolid (y del Espanyol) fueron Larsson. De ninguno sería justo decir que dimitió antes de tiempo, pero sí lo es escribir que dejaron la mordiente en el vestuario. Sin esa guindilla el guiso quedó flojo, sosaina. Ni un solo disparo atinó con esa superficie comprimida entre los tres postes, los porteros tuvieron jornada festiva. Por no haber, casi no hubo ni faltas. A esto también contribuyó un árbitro que entiende que los jugadores no son ángeles y que se pueden tocar: Mateu Lahoz. Lejos de los aspavientos habituales de algún colega que, cuando muestra una tarjeta, pone cara de ‘no sabe con quién está usted hablando’, el rostro de Mateu parece decir que no quería hacerlo. Muestra un respeto que, por oposición, me recordó las risas y aplausos de algunos congresistas cuando ganan una votación que aprueba medidas que endurecen la vida de los ciudadanos. Ni son ángeles, ni tienen humanidad.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 04-03-2013

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