Era el mejor y por eso le
seleccionaron, pero su experiencia no parecía que esta vez fuera a servir de
mucho a Rick Deckard. Vencido, solo le separaba del vacío la fuerza con la que,
primero con las dos manos, luego con una solamente, se agarraba a un trozo de
viga que sobresalía de la fachada. Uno de esos a los que quería ‘eliminar’, huido,
acosado, herido, con el alma hecha jirones, había revertido las tornas y,
ahora, encaramado en lo alto de la azotea, podía cortar ese hilo que le cosía
torpemente a la vida. Como cualquier subsahariano que tuviese en sus manos la
vida de un Blade Runner herido por las cuchillas de la frontera que él mismo
vigila, el replicante mira a los ojos de su perseguidor y le dice: "Es toda una
experiencia vivir con miedo ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo".
La venganza no tiene sentido, lo sabe el replicante, sabe que no está en juego convertirse en héroe o en villano, la batalla la tiene perdida y nadie contará su historia aunque haya visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta del estrecho de Tannhäuser. Sabe que todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia, como la misma lluvia en el mar. Lo sabe y aún así le agarra del brazo y regala de nuevo la vida a su anonadado verdugo. Bien pensado esa es la definición por excelencia del héroe, obra como cree que debe, cuando nada tiene que ganar, ni para el prosaico presente ni para el literario futuro.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 13-02-2014
La venganza no tiene sentido, lo sabe el replicante, sabe que no está en juego convertirse en héroe o en villano, la batalla la tiene perdida y nadie contará su historia aunque haya visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta del estrecho de Tannhäuser. Sabe que todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia, como la misma lluvia en el mar. Lo sabe y aún así le agarra del brazo y regala de nuevo la vida a su anonadado verdugo. Bien pensado esa es la definición por excelencia del héroe, obra como cree que debe, cuando nada tiene que ganar, ni para el prosaico presente ni para el literario futuro.
Uno tras otro, un día tras otro,
tantos que les hemos quitado el nombre y les hemos convertido en un simple
número para el balance diario, tantos números que hemos perdido la cuenta. Los Rick
Deckard, tan escrupulosos con la ley como insensibles con el drama, son ellos
mismos pero representan el silencio cómplice de una sociedad que lo tolera y lo
alimenta, una sociedad que calla cuando el mar vomita, ese mar que simplemente escupe
el detrito de lo que le echamos, le arrojamos hambre y escupe carne. Una
sociedad que calla porque es toda una experiencia vivir con miedo ¿verdad? Eso
es lo que significa ser esclavo. Esclavos de nuestro bienestar, con miedo a
perderlo y apuntando al estrecho, a la dirección equivocada, a ese hombre cuyas
lágrimas se perderán mientras dice que es hora de morir.
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