CON DIGNIDAD

Llegada de la marcha a Valladolid - ROSI CASARES

Han pasado cinco meses desde que Cáritas hiciese público el VIII Informe del Observatorio de la Realidad Social referido a 2012, un pormenorizado estudio que, piedra sobre piedra, dato sobre dato, certificaba con un número, tres millones, una realidad que, a estas alturas, no se le escapa a nadie: algún vecino nuestro es pobre de los de verdad. Pobre severo, si utilizamos la terminología empleada en el informe. El subtítulo del informe no puede contener más información en menos palabras: «El aumento de la fractura social en una sociedad vulnerable que se empobrece». Lo peor, con todo, no es el dato - tres millones de personas en España disponen menos de 307 euros al mes- sino la tendencia: cinco años antes el número era la mitad. La información que ofrece la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) confirma esta tendencia, sus análisis ratifican que en el periodo 07-10 España fue el país europeo donde más aumentó la desigualdad. Mientras los ingresos de las clases sociales más altas se mantuvieron, las más bajas habían reducido sus rentas en un 14%. Si extendiésemos los datos hasta hoy podríamos, de quedarnos vergüenza, ponernos colorados. El fútbol, como buen crisol en el que se funden todos los metales de la sociedad, se mimetiza con la sociedad hasta reflejarla de forma fidedigna. Todos los focos apuntan esta semana en la dirección de ese Foro de Davos del balompié, de ese Wall Street futbolero, que es el Real Madrid-Barça, sin embargo, el partido en que más había en juego era el del Pucela frente al Rayo. Mientras aquellos se enzarzan en discusiones sobre quién tiene el mejor avión o despide a más empleados, estos se juegan en cada carrera el pan de cada día. Comparten planeta, pero son otra cosa. Aquellos rivalizan, decía, pero se ponen de acuerdo para quedarse con el pastel. Estos pelean por unas migajas, apenas por un salario que les permita vivir y mantener las fuerzas para poder trabajar al otro día. Nos han convencido de que una derrota es una humillación, de que un empate, si no da para llegar a fin de mes, es merecido porque, a buen seguro, no hace nada por salir de esa condición.
En esa pelea por los restos del pastel, por el mero vivir sin ser excluido, el Pucela dejó ayer un sabor de paso atrás que, vaya usted a saber, puede convertirse en dos adelante. El paso atrás parece evidente, no se pudo alcanzar al Rayo, un equipo que comparte clase con el Pucela, pero en esta lucha cotidiana por el oxígeno vital hay más implicados. Sea como fuere, lo cierto es que poco se puede reprochar a estos equipos, a sus jugadores. Para mí es un placer disfrutar del esfuerzo, de los infinitos intentos por eludir una realidad que a veces es inexorable en la condena. El Valladolid ayer no pudo, pero qué se le puede pedir, qué se les puede reprochar a sus jugadores. Solo se puede exigir que se batan con dignidad. Y eso sí lo veo, al menos en el campo, aunque al final la pelota no entre. El fútbol, a diferencia de la vida real, permite jugar con verbos exagerados, aquí la muerte nunca es definitiva, caer en la lucha por sobrevivir nunca -o casi- se aplica en sentido literal. Pero los valores sí son compartidos entre la realidad y su metáfora. Ayer vimos en Zorrilla rebeldía y dignidad ante un destino que parece escrito de antemano. Lo mismo que en las calles de Madrid donde confluyeron miles de caminantes llegados de toda España mostrando su dignidad y rebelándose ante la situación denunciada por Cáritas. Hay esperanza aunque los focos deslumbren en otras direcciones.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 23-03-2014