El Pucela se impuso en los entretiempos en los que los leoneses tomaban oxígeno.Hubo tiempo para el disgusto y la desilusión; lo hubo para la alegría y el regocijo.
El objetivo casi siempre parece claro. Lo verdaderamente difícil es
dilucidar primero y recorrer después el camino para llegar a él. Por eso es tan
fácil la realización de discursos que se centren en lo primero y un sutil mutis
por el foro del propio orador cuando de lo segundo se trata. De esto han hecho
arte los políticos y los publicistas, valga la redundancia, de prometer un
paraíso si les votas o les compras el producto sin abordar cómo vamos a trazar
la vereda ni cómo sortearemos las miles de piedras que siempre aparecen en el
camino. Claro, decir que lograr algo costará esfuerzo –que incluso ese esfuerzo
puede ser infructuoso- no entra en ningún plan de comunicación. Pero nada hay
que merezca la pena que antes no haya costado. No es, como dice el refranero,
que entre el dicho y el hecho haya mucho trecho. Es que una sociedad que no
quiera pasar por infantilizada desea conocer el trecho para admitir como válido
el dicho.
Michel, fino estilista, lo sabe. Muchas son las veces que su cabeza tiene
que dilucidar el modo de hacer que el balón atraviese un avispero de piernas
rivales para que llegue a un compañero. El objetivo es simple; la ejecución,
casi milagrosa. Sabe, también, que para llegar a esa situación en la que el
discurso sea creíble se tienen que dar unas condiciones de partida. Por eso le
vemos voltearse lejos de su territorio natural tratando de salvar un balón
imposible, lo que viene a ser la burocracia del juego, un trámite
imprescindible para que el proceso siga su curso.
La pirueta del centrocampista intentando golpear esa pelota es, por otro
lado, una involuntaria metáfora que refleja la evolución emocional del partido.
Un bajar para subir, un subir para bajar. Hubo tiempo para el disgusto y la
desilusión; lo hubo para la alegría y el regocijo. Que se lo digan a Guitián,
que pasó del ‘trágame tierra’ a enmendar su autogol marcando otro. Un partido
que albergó en su vientre otros varios partidos. Bien podría servir a Pedro
Sánchez para explicar su inextricable –seamos generosos con él- teoría de la
nación de naciones.
Pero no solo. En esta vorágine emocional, cupieron un partido y un derbi.
Parece lo mismo pero no lo es. La Cultural se impuso en los momentos en que se
impone el aliento: al principio por la frescura, al final por la adrenalina. Vamos,
en lo que viene a ser un derbi. El Pucela, jugó como si fuera un partido más y
solo fue capaz de dominar en los entretiempos en los que los leoneses tomaban
oxígeno.
Todo junto conformó un frenesí ingobernable de esos que producen
taquicardia en los entrenadores y la afición pero por motivos opuestos. Los
primeros porque no hay un 4-4 que pueda entrar en su guion, la segunda porque
rara vez ve ocho goles tan ecuánimemente repartidos. Un partido de volteretas,
como esta burocrática de Michel.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-09-2017
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