martes, 6 de marzo de 2018

LA TEORÍA DE CUERDAS Y LOS UNIVERSOS PARALELOS

Foto El Norte de Castilla
La teoría de cuerdas, ese modelo de la física teórica cuyas entrañas se conforman con una serie de arcanos que nos resultan ininteligibles a la mayoría de los comunes, viene a decir que las partículas no están formadas por materia sino por vibraciones de un filamento. O algo así. Vamos, que aunque parezca que haya cuerpos materiales, en realidad estamos formados por ondas que vibran con una determinada frecuencia, como si fuésemos música o ruido. A partir de estas remotas conjeturas de las que no conocíamos ni el nombre hasta que la serie de televisión ‘Big bang theory’ lo introdujo en nuestras casas a traves de Sheldon Cooper, su excéntrico protagonista, cabe lanzar un órdago a la grande y suponer la existencia de universos superpuestos, mundos que ocupan el mismo espacio físico. Hasta ahora, cuando pensamos en la existencia de esas otras realidades, las suponemos en lugares colosalmente alejados.
En nuestra ficción fantaseamos con cómo sería ese imposible encuentro entre esos dos universos que se han ido forjando a miles de años luz de distancia. Los que postulan la teoría de cuerdas defienden que, al estar formados por ondas que vibran a distintas frecuencias, unos mundos se pueden superponer sobre otros. Algo así como la radio, dependiendo del dial, podremos escuchar una u otra emisora y todas ellas cohabitan en el mismo aire. Las interferencias vendrían a ser como el encuentro de dos universos que al sonar a la vez no se entiende ni a uno ni a otro. Sin ir tan lejos, esas realidades paralelas las vivimos en nuestro día a día. Para intentar entender un poquito el mundo en el que vivimos, buscamos subterfugios que nos ayudan a simplificar las infinitas complejidades de las que nos vemos rodeados. Una de estas escapatorias consiste en etiquetar, en categorizar, en crear límites. Una de las etiquetas más socorridas consiste en separar la realidad, cada realidad, en un ‘ellos’ y un ‘nosotros’, un reduccionismo al que se le escapan los matices e impide constatar la presencia de distintas visiones, distintos mundos dentro del mismo mundo. El aficionado al fútbol siente el juego en función del color de las zamarras. A veces, cada vez menos, un jugador trasciende de esa frontera cromática y se le rinde homenaje aunque haya dejado de vestir los colores propios. Los futbolistas viven otra realidad, la que marca su profesión. Son conscientes de que (casi) todos ellos forman parte una misma realidad en la que no son rivales sino compañeros de profesión que han de sufrir y disfrutar problemas y gozos comunes. Así, los tres zagales que se abrazan no son compañeros de equipo celebrando un gol. A Becerra, Masip y Alberto les une la profesión y su particular desempeño dentro de esta: son porteros. ¿De qué les sirve sentirse rivales si mañana la vida les llevará a otros territorios, a otros escenarios, en los que tal vez compartan camiseta? Mejor respetarse entre ellos para poder sentirse respetados. A partir de esa base, trabajar para que la noria del fútbol no los expulse de la profesión. En el fondo es la mejor garantía para triunfar en el universo de los aficionados: hacer bien lo suyo. En muchas menos palabras alguien lo resumió mejor: «La profesionalidad no depende de la camiseta que llevas, pero sí la camiseta que llevas depende de tu profesionalidad». Palabra de Quini.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 05-03-2018

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