lunes, 23 de agosto de 2004

TARDE DE VERANO

Hoy puedo respirar. La televisión en directo que es mi ventana me muestra la playa desnuda de esas gentes con complejo de chuletilla, amantes de las brasas. El mismo sol que con su brusca premura ha ahogado a los cereales y con ellos al sueño anual de los pocos agricultores que hoy son, ha suscrito una tregua. Hoy es uno de esos pocos días de clase media que nos concede esta maldita ciudad de contraste entre la vanidad de unas jornadas abrasivas recluidas en sus mansiones de verano y una sarta de días desarrapados con hambre de calor que se esparcen a lo largo del resto del año.

Apresúrense, huyan; se acercan días que amasan todo el calor, ciegos por saciar sus instintivas ansias frente a las necesidades de los pobres invernales. Mejor, no deserten, háganle frente. Su armadura deslumbra mas no es un enemigo invencible. Busque un rincón en su casa, deje la ventana abierta durante la noche y cierre la persiana con la amanecida. Coja un libro, uno de esos en cuyos renglones se lee más de lo que en cada renglón se ha escrito. Sumérjase, trasládese a paginazos; una tras otra, tras otra la otra. No se arrepentirá. Transformará el oropel del verano en vulgar bisutería. Comprenderá el ciclo de las estaciones. Unos con tanto, otros sin nada.

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