lunes, 26 de septiembre de 2011

Los caminos a Rivilla

Terminar en medio del campo o en el pueblo que no era se fue convirtiendo en un tradición. No había año que atináramos con el camino que conducía a Rivilla de Barajas. No son más de ochenta las personas que viven allí habitualmente, pero conseguían convocar a miles de jóvenes (y no tanto) durante unos festejos que no se correspondían, por exceso, con el tamaño de este pueblo abulense.
La memoria me traiciona y no recuerdo bien si las fiestas se celebraban la última semana de julio o la primera de agosto pero se celebraban, y de qué manera. A este enclave morañego se accede (o se accedía), si se va desde cualquier pueblo de la ribera del Trabancos, por uno de los caminos de concentración que parten de la carretera que une la nacional Ávila-Salamanca con Fontiveros, la cuna del místico Juan de Yepes. Uno de los caminos, pero ¿cuál? Año tras años estábamos seguros de acertar, año tras año terminábamos en medio de una tierra recién segada o incordiando a una pareja que, al amparo de la luna, había aparcado buscando intimidad a un lado de una vía por la que nadie debería circular a esas horas.
Año tras año nos las prometemos felices cuando arranca una temporada que, esta sí, tendrá como final la consecución del objetivo presupuesto. Hasta ahí, porque poco después el globo se desinfla y el Valladolid aparece encallado en medio de un camino que conduce, como aquellos por los que deambulaban los cómicos que recreó magistralmente Fernán Gómez, a ninguna parte.
Perdido, solo el azar, base del estudios de probabilidades, permitió al Pucela arañar un punto en un partido grande si hacemos caso a la historia de los contendientes, sin embargo, mínimo por lo que nos ofreció -los nombres visten pero no juegan-. El punto puede saber a poco por el momento en el que se produjo el gol del rival pero que, visto sin orejeras, es mucho más de lo merecido. El fútbol consiste en crear ocasiones, marcarlas es la consecuencia. Normalmente hay una correlación pero hay veces que los números se rebelan. Ayer fue una de esas veces, el Valladolid tiró una sola vez entre los tres palos, gol. Más de media docena de ocasiones claras tuvieron los jugadores del Celta y hasta ese postrer momento ninguna de ellas terminó con el balón en la red. Buena parte del mérito de que, intento tras intento, los vigueses no consiguieran su objetivo la tuvo Jaime, un portero con manos como frontones y pies como ladrillos. Gracias a él soñamos con los tres puntos -los sueños no entienden de merecimientos-, hasta que Orellana nos despertó con un gol que tiene otra relación con los análisis probabilísticos: lo consiguió al lanzar una falta señalada por el pésimo Pino Zamorano que sí fue. Y aquí está lo sorprendente, puede que fuese su primer acierto. Un niño soplando un silbato fuera del estadio garantiza mayor porcentaje de acierto en hacer coincidir el sonido con la infracción que este árbitro. Vamos, ni adrede. Cuentan que Hitler hizo fusilar a su meteorólogo por acertar solo la mitad de sus predicciones. Menos mal que este hombre vive en otra época.
Hay días que los hechos conspiran contra el Teorema de Bayes. Con menos ocasiones tienes más rendimiento, el que siempre falla atina y no aciertas cuál de los cuatro caminos lleva a Rivilla aunque lleves diez años seguidos yendo a sus fiestas. Eso sí, mi parte optimista recuerda que, tras perdernos, siempre llegamos.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 26-09-2011

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