lunes, 3 de octubre de 2011

El Elche y el Che

Cabía la posibilidad de asumir la estrategia soviética, un tácito acuerdo de no agresión, pero él entendía que dicho pacto se había firmado contra los países 'menores' que nada podían decidir sobre su futuro. En esas condiciones entendía que frenarse por el miedo al poder omnímodo del enemigo y no entablar batalla era la forma más indigna de perder.
Asumió la necesidad de ese enfrentamiento pero era consciente de que para vencer a tamaño rival no podía aceptar que las leyes vinieran impuestas y pretendió modificar el tablero donde se desarrollaba la partida y las normas de la guerra. Lo dejó escrito en en una célebre cita: «Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión, hacerla total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de los cuarteles, y aun dentro de los mismos; atacarlo dondequiera que se encuentre, hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite. Crear dos, tres, muchos Vietnam».
Nada nuevo había bajo el sol, en el fondo la consigna respiraba el mismo aliento que los guerrilleros españoles en su guerra frente a las tropas napoleónicas o, muchos siglos antes, los escitas frente al poder persa encarnado en la figura de su rey Darío.
Si están habituados a imponer su poder militar en batallas localizadas hagamos lo opuesto y creemos mil focos de conflicto en diversos escenarios, encendamos llamas que vayan prendiendo en distintos puntos del planeta. Si ellos son un tigre, nosotros somos avispas. Si ellos tienen medios para ganar, nosotros no tenemos nada que perder.
El autor de esta tesis no se limitó a exponer la teoría sino que contribuyó a ponerla en práctica. Inmediatamente después del triunfo de la Revolución Cubana promovió movimientos insurgentes en diversos países de la América de habla hispana. Posteriormente, él mismo fue a combatir en el Congo y Bolivia, lugar este último donde fue apresado y ejecutado por el ejército local en connivencia con la CIA. Se llamaba Ernesto Guevara aunque figura en los libros de historia por el apodo con que se le conocía: El Che.
Quizá el entrenador que ayer visitó Zorrilla se dio cuenta de la coincidencia onomástica entre el guerrillero y su club cuando asumió el mando de su equipo y decidió que los jugadores del Elche seguirían las filosofías de El Che. Y a fe que las siguen. Convierten cada lugar del campo es el escenario de un foco guerrillero. Conocen a la perfección todas las técnicas de distracción e impiden que los partidos tengan un poco de continuidad con continuas interrupciones del juego. Puede parecer que algún miembro del equipo ha fallecido pero no, simplemente se dejan caer si el resultado lo prescribe. José Bordalás, que así se llama el émulo del guerrillero, no quiere debate sino pelea, no disfruta del fútbol sino que lo combate y no es original. Pertenece a un colectivo en el que destacan personajes como Caparrós o Mourinho. Entrenadores limitados en lo táctico pero maestros en las estrategias que anteponen lo emocional a lo racional. Personajes que pretenden conseguir la gloria en un deporte que les debe más bien poco. Hombres muelle que pretenden sacar su fuerza del impulso que otros hacen.
El Valladolid, ante esto, quiso imponer su fútbol. Lo consiguió de cabo a rabo a pesar de ir perdiendo al descanso. Habrá quien diga que remontaron por 'güevos' pero la testiculina solo es un aditivo inútil si no hay sustancia futbolística. Si la semana pasada tildé de inmerecido el empate en Vigo ponderando la importancia de los porteros, ayer fue el visitante el que salió con los guantes manchados. 

Publicado en "El Norte de Castilla" el 3-10-2011

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