lunes, 21 de noviembre de 2011

Sisi 'El Niño' y los Rustlers

Le falta el pañuelo al cuello y el sombrero polvoriento, pero tiene la misma cara de niño. Nuestro protagonistas provenían de una región depauperada y tuvieron que buscar fortuna en tierras, si no más fértiles, sí más prosperas. Se hicieron hombres mucho antes de lo que era habitual en sus épocas, al fin y al cabo eran muchos los jínetes que galopaban por las praderas en las que se desarrollaban su vidas y solo unos pocos lograban sobrevivir.

Billy murió, eso cuentan, sin llegar a la veintena, escaso tiempo para cualquiera, pero suficiente para que él forjase una leyenda. Sisi 'el Niño' también vive deprisa y ha tenido que cambiar de domicilio y hasta de identidad -Sisinio indica ahora su camiseta- pero ya es el jefe de la banda en el doble sentido del término. Tomando la primera acepción, podemos decir que suya es la parte de la pradera que limita a su izquierda con el límite del campo aunque eso no evita, no hay ley ni esquema táctico que le coarte, que haga incursiones en territorio ajeno. Tomando la segunda, vemos que es el alma del equipo, el entusiasmo contagioso, el chorro de gasolina que, a mayores, entra en los cilindros del motor del Valladolid, un vehículo que tiene una peligrosa tendencia a moverse al ralentí. Un equipo que funciona con las mismas pautas que los Rustlers, cuando dormitan, Sisi da cuatro voces en forma de ejemplo y los demás siguen el ritmo o mueren entre cactus. 
Este forajido albaceteño pretende huir de las trampas que le tienden todos los 'sheriff' que visten camisetas de defensas rivales. Va, viene, sube, baja, tantas veces como sea necesario y siempre más de las que los oponentes esperan. Ha hecho de la testarudez una virtud, y si una vez no consigue escapar a una emboscada, huye de la cárcel y vuelve a intentarlo. Este Pucela tiene jugadores dotados técnicamente, futbolistas experimentados o con la ilusión de los más jóvenes, pero tengo la sensación de que sin Sisi, sería un equipo desangelado, entre otras razones porque, aunque la pasión es insondable, multiplica cualquiera de las capacidades objetivas de sus compañeros.
Ayer no fue una excepción, la banda tenía algunas bajas, casi todas entre los encargados de disparar, y el niño se anudó el pañuelo, se caló el sombrero y tiró de galones. Contó con la colaboración de Manucho, un pistolero que parece querer integrarse en la banda por pleno derecho aunque aún debe purgar mucho, a juicio de este escriba, sus desvaríos. Sin eso el partido hubiera sido al fútbol lo que un muñón a una mano. Un Valladolid plano, con aires de autosuficiencia, incapaz de hincar el diente a un equipo filial -toreros de salón, polemistas de taberna- capaz de engarzar pases que muestran la calidad de alguno de estos opositores a futbolistas, pero sin ninguna mordiente, cosa incomprensible por los pocos años y muchas aspiraciones de sus componentes. Un remate a un saque de esquina producido por un error en cadena, y un remate en el primer palo tras la enésima intentona de Sisi fueron el único alimento de un partido sin proteínas. Al menos podemos extraer un corolario: mejor ensalada que nada. Una ensalada de lechuga, tomate y cebolla, tres puntos para seguir tirando, muchos menos que los dieciséis que recibió Sisi en la barbilla. Salió con los pies por delante, pero la leyenda continúa. 

Publicado en "El Norte de Castilla" el 20-11-2011

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