Las paredes de las sedes de los
partidos políticos están construidas con un extraño material que distorsiona
los sonidos que vienen desde el exterior, desde ese territorio habitado que
llaman ‘la calle’. Ese particular eco
produce dos efectos aparentemente contradictorios: aísla y dirige.
Durante largas temporadas, esas
paredes no permiten que entre sonido alguno, de esta forma, los ‘Óscar López’ que entre
ellas han crecido, adquieren un lenguaje ininteligible, una gama de usos y
costumbres solo válidos para moverse (y ascender) en ese mundo cavernario, pero
que les impide comprender otro lenguaje, el de los mortales que viven fuera. Es
por esto que, cuando están prestos a colgarse una medalla y recibir con agrado
la sonrisa complaciente de sus jefes, se sienten desconcertados al escuchar que
más allá de la sede, en esa calle difusa, critican su actuación. Ellos, en
casos así, caminan por los pasillos con la misma cara que Obélix diciendo “están locos estos ponferradinos”.
Pero hay veces en que el material
es traspasado por las palabras que se emiten fuera. Esto suele ocurrir tras el
desconcierto. En el fondo, lo que llega no es más que una perversa sensación de
enfado. Ellos piensan: lo hemos hecho bien pero no nos comprenden. Poco después
asumen que los que no les comprenden son los mismos que les tienen que votar y
adaptan sus palabras a lo que creen que esa marabunta de fuera quiere escuchar.
Nos hemos equivocado, dicen con la boca pequeña. Pero no, no se han equivocado,
han hecho lo que habían creído que tenían que hacer cuando las paredes
aislaban.
Estas dos situaciones paradójicas
perfilan la idiosincrasia actual de los partidos políticos, más a los más
grandes, pero los demás no están exentos, de forma que se han convertido en
sordos y seguidistas, dañando así dos veces el discurrir óptimo de una sociedad
democrática. La sordera les impide escuchar, y por tanto entender y analizar en
profundidad, para poder ofrecer programas acordes con los tiempos; el
seguidismo anula su capacidad de liderazgo poniéndoles al socaire de los
vientos. Mala combinación, difícil solución.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 14-03-2013
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