La leyenda cuenta que la pérdida
accidental de una herradura de un caballo produjo la derrota en una batalla del
bando del jinete. Un pequeño, casi anecdótico, hecho provoca consecuencias de
mucho mayor impacto. También en los libros podemos leer cómo se puede gestar un
punto de inflexión por medio de una acción provocada. Un movimiento que cambie
los paradigmas del momento. La forma más eficaz consiste en invertir el legado
de ‘El Gatopardo’. En su libro, Giuseppe Tomasi di Lampedusa explicita los
tejemanejes de los poderosos para anclarse en el poder, aunque para ello haya
que cambiar el envoltorio. Frente a esta acción, quien quiere cambiar las cosas
puede proponer acabar con todo o, ya digo, elegir un camino mucho más eficaz:
mantener el envoltorio y cambiar el objeto envuelto. Por fuera vemos lo mismo,
pero dentro se han modificado los presupuestos.
Otras veces el giro se produce en
un punto intermedio del camino entre lo provocado y lo accidental: se trata de
modificar alguna circunstancia de forma consciente pero sin tener ninguna
certeza sobre la bondad de las consecuencias. En este caso, las razones que
llevan a actuar tienen más que ver con la fe que con la razón, pero, de la
misma forma que el reloj parado marca la hora correcta dos veces al día, a
veces, el cambio produce las consecuencias deseadas.
Los motivos que llevan a tomar
este tipo de decisiones nacen de la desesperación, de la constatación de que
las cosas no funcionan. Entonces se lanza al mundo la misma exigencia que ya
cantara Ana Belén: ‘gira, gira, carrusel’. Basta con llevar los oídos abiertos
para escuchar en cualquier calle frases del estilo de ‘algo habrá que hacer’.
Un algo inconcreto, una flauta que suena por azar. Cualquier cosa que reemplace
a una realidad áspera parece que será bienvenida.
No sabemos qué había detrás de la
decisión de Mendilibar cuando realizó su primer cambio. Pudo ser la puesta en
escena de un plan o un movimiento espasmódico. Lo cierto es que la retirada de
Arribas -un central que responde al paradigma clásico, un defensa que defiende-
y la entrada de Puñal –un centrocampista que no dirige sino que defiende y
empuja- transformó el partido. El envoltorio no variaba, la disposición era la
misma, Lolo se retrasaba para cubrir el puesto de Arribas y, a su vez, Puñal ocupaba
el de Lolo, pero todo era distinto. Ahora la garra subía unos metros y el
talento y la visión del juego se imponían desde atrás. La defensa dirigía y el
centro del campo acometía las embestidas y frenaba las de su rival.
El Real Valladolid, que había
jugado plácidamente hasta entonces, no supo desenmarañar al rival y se
deshilachó. A la hora del pitido final, muchas cabezas de aficionados se
balanceaban con síntomas de preocupación. Ven como el equipo va muriendo y la
distancia frente al miedo se va reduciendo. La Castilla pesimista emerge, pero
no hay razón. La liga es un camino de
vida y muerte, de pasión y resurrección. El Pucela está recorriendo su
particular calvario, pero en lo alto del monte no hay una cruz sino la hermosa
panorámica de otro año en Primera División. El Osasuna puede dar fe. Hace una
vuelta habíamos sentenciado a Mendilibar, hoy dirige a una decuria que ha dado
una lección. Por azar o por sabiduría, pero con convicción.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 1-04-2013
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