lunes, 1 de abril de 2013

LA TECLA O LA FLAUTA


La leyenda cuenta que la pérdida accidental de una herradura de un caballo produjo la derrota en una batalla del bando del jinete. Un pequeño, casi anecdótico, hecho provoca consecuencias de mucho mayor impacto. También en los libros podemos leer cómo se puede gestar un punto de inflexión por medio de una acción provocada. Un movimiento que cambie los paradigmas del momento. La forma más eficaz consiste en invertir el legado de ‘El Gatopardo’. En su libro, Giuseppe Tomasi di Lampedusa explicita los tejemanejes de los poderosos para anclarse en el poder, aunque para ello haya que cambiar el envoltorio. Frente a esta acción, quien quiere cambiar las cosas puede proponer acabar con todo o, ya digo, elegir un camino mucho más eficaz: mantener el envoltorio y cambiar el objeto envuelto. Por fuera vemos lo mismo, pero dentro se han modificado los presupuestos.

Otras veces el giro se produce en un punto intermedio del camino entre lo provocado y lo accidental: se trata de modificar alguna circunstancia de forma consciente pero sin tener ninguna certeza sobre la bondad de las consecuencias. En este caso, las razones que llevan a actuar tienen más que ver con la fe que con la razón, pero, de la misma forma que el reloj parado marca la hora correcta dos veces al día, a veces, el cambio produce las consecuencias deseadas. 
Los motivos que llevan a tomar este tipo de decisiones nacen de la desesperación, de la constatación de que las cosas no funcionan. Entonces se lanza al mundo la misma exigencia que ya cantara Ana Belén: ‘gira, gira, carrusel’. Basta con llevar los oídos abiertos para escuchar en cualquier calle frases del estilo de ‘algo habrá que hacer’. Un algo inconcreto, una flauta que suena por azar. Cualquier cosa que reemplace a una realidad áspera parece que será bienvenida.

No sabemos qué había detrás de la decisión de Mendilibar cuando realizó su primer cambio. Pudo ser la puesta en escena de un plan o un movimiento espasmódico. Lo cierto es que la retirada de Arribas -un central que responde al paradigma clásico, un defensa que defiende- y la entrada de Puñal –un centrocampista que no dirige sino que defiende y empuja- transformó el partido. El envoltorio no variaba, la disposición era la misma, Lolo se retrasaba para cubrir el puesto de Arribas y, a su vez, Puñal ocupaba el de Lolo, pero todo era distinto. Ahora la garra subía unos metros y el talento y la visión del juego se imponían desde atrás. La defensa dirigía y el centro del campo acometía las embestidas y frenaba las de su rival.

El Real Valladolid, que había jugado plácidamente hasta entonces, no supo desenmarañar al rival y se deshilachó. A la hora del pitido final, muchas cabezas de aficionados se balanceaban con síntomas de preocupación. Ven como el equipo va muriendo y la distancia frente al miedo se va reduciendo. La Castilla pesimista emerge, pero no hay razón.  La liga es un camino de vida y muerte, de pasión y resurrección. El Pucela está recorriendo su particular calvario, pero en lo alto del monte no hay una cruz sino la hermosa panorámica de otro año en Primera División. El Osasuna puede dar fe. Hace una vuelta habíamos sentenciado a Mendilibar, hoy dirige a una decuria que ha dado una lección. Por azar o por sabiduría, pero con convicción.  

Publicado en "El Norte de Castilla" el 1-04-2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario