Los cuentos relatan una pequeña
parte de la historia, la que, de tan dulce, resulta empalagosa. Pero nunca se
esmeran en narrar los hechos que acontecieron antes o en detallar lo que, tiempo
después, los protagonistas se encontraron en las tripas de esas perdices que comían
aparentemente felices. Alguno de estos cuentos sí recrea momentos de tensión,
instantes en los que la vida y la muerte se daban la mano, pero siempre eran
burlados gracias a la pericia de esos héroes principescos, a los dones de hadas
imaginarias o al puro azar. Callaban, sin embargo, las escenas que no se podían
escribir en papel cuché sino en simples folios. Estas eran arrojadas al fuego y
así, entre llamas de silencio, moría la parte más sucia de la historia. A veces
incluso alguna de esas secuencias fue capaz de evitar el fuego, pero nos
negamos a creerlas. Pensábamos que eran infundios destinados a arañar la piel
sensible de esos seres casi mitológicos y que su prestancia, adquirida tras
siglos decorando un árbol genealógico, era incompatible con el error. Pero no,
el error es intrínseco a la genealogía de esos árboles tan farrucos que creen
que les debemos la sombra, tan altaneros que no se dan cuenta de que su madera
se pudre más deprisa que la del resto, de que la corteza que les adorna podrá
ser más aromática, pero envuelve a la nada. Nos hemos caído del guindo, la
mitología muere cuando el hambre aprieta.
Sabemos, por ejemplo, de aquella
princesa que besó un sapo y, al instante, el anfibio se convirtió en el más
apuesto de los príncipes. Nada dice, sin embargo, de la cantidad previa de
sapos que antes tuvo que besar la princesa, sapos que siguieron siendo sapos,
sapos que solo buscaban un beso o una prebenda. Nada tampoco de las cualidades
de la princesa, era princesa y punto, con ese tratamiento se puede dirigir
cualquier empresa mejor que la gente preparada. Nada de las dedicaciones
posteriores del exsapo. Comieron perdices, eso sí. En un palacio o en una
celda. Eso lo sabremos algún día, cuando algún Avellaneda escriba la segunda
parte del cuento de este ingenioso sapo y su princesa durmiente.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 04-04-2013
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