jueves, 28 de enero de 2016

DEJAR O NO DEJAR HACER

Esto que llamábamos democracia fue tomando las maneras de los deportes profesionales, pero en una versión más cutre. Así, muchos de los participantes tratan, en lo institucional, de jugar al límite del reglamento con el agravante de que dicho reglamento viene arbitrado en primera instancia por el contendiente -a veces en singular, otras en plural- que tiene la potestad de hacerlo. Pero, de la misma forma, fuera de lo institucional, algunos de esos mismos contendientes buscan cómo esquivar las reglas para actuar en su beneficio. De lo primero tenemos buenas muestras en los esperpentos que se van sucediendo a la hora de formar gobiernos o de decidir las estructuras con que se regirán los parlamentos. Ayer asistimos con estupefacción a los circunloquios que condujeron a la ‘solución catalana’ de la misma manera con la que hoy lo hacemos ante el entuerto español. De lo segundo, hemos tenido muestra en Valencia. Un buen número de los que hasta ayer paseaban altaneros como honorables representantes caminan ahora cabizbajos de la mano de la Guardia Civil como vulgares ladronzuelos.

La sociedad ha jugado el papel de público y, también como en el deporte, ha estado más dispuesta a justificar a los que consideraba de su equipo que a postular por un juego limpio. De lo que se trataba es de esa ensoñación llamada ganar. Si los detenidos en Valencia son o no culpables lo decidirán los jueces; pero lo cierto es que, a pesar de una más que extendida sospecha, se dejó hacer mientras la sensación en la calle era que el equipo iba bien. Después de perder tres partidos, siga valiendo el símil deportivo, llamaron borrachos a los mismos jugadores a los que invitaban a copas cuando ganaban partidos. La solución a este problema no es tan simple como parece, no puede venir de la mano de ese tipo de salvadores que presumen de hiperhonrados porque eso, en el mejor de los supuestos, nos llevaría, más pronto que tarde, al mismo puerto. La solución ha de venir de la implicación de una sociedad que desprecie desde el minuto uno las prácticas corruptas, de una legislación que las dificulte y de una justicia ciega. Solo así los representantes dejarán de tener capacidad para delinquir y escudo en el que justificarse.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 28-01-2016

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