Siempre me dio miedo el miedo, tanto el miedo propio como el ajeno. Me
asusta porque actúa como una fuerza centrífuga que lanza cualquier atisbo de
razón fuera de pista. Me asusta más porque en este momento no hablo de un miedo
teórico, sino de un reflejo que ejerce la labor de piedra angular en el devenir
de nuestros días. Es el miedo el que habla, el que va tomando cuerpo, el que
marca la pauta de nuestro comportamiento social. Miedo a lo conocido por ser de
sobra conocido y a lo desconocido por no conocerlo. Un miedo que poco a poco,
pero inexorablemente, va mostrando sus aristas menos amables. Un miedo que
parte del desasosiego, de la incertidumbre, y que nos arrastra a la periferia
por la que ya caminaron nuestros abuelos.
Italia ha sido, por el momento, el último martillazo al clavo de la
desafección que está agrietando el viejo corazón de la vieja Europa. Un corazón
que, por otra parte, late infectado por el virus de la inoperancia ante el
poder de los conglomerados económicos y la bacteria de la burocracia, de la
absoluta lejanía. Nada de lo que hubo parece valer. Una conclusión que parece
obvia, pero cuyos apuntes de solución no prometen tiempos mejores. Ese miedo a
un futuro imperfecto busca la solución en donde no se puede encontrar. Para
ello cuestiona a un poder político ineficaz por impotente y pretende que los
nuevos elegidos, los elegidos nuevos, sean capaces de hacer girar la ruleta de
la fortuna. Aquellos no pudieron -o no quisieron-; estos, de antemano, yerran
-o fueron creados para errar-. En Italia, las dos alternativas a los fenecidos
centroderecha, llámese como quiera, y centroizquierda, quiérase como se llame,
reducen al absurdo los problemas y, por ende, las propuestas. La Liga, miedo,
víscera, reparte culpas entre los que son tan débiles que no podrían ser
responsables de nada aunque quisieran y la estructura europea. El Movimento 5
Stelle, miedo, desafecto, cuestiona todo y a todos sin terminar de decir qué
son, qué quieren, para quedar en una especie de fundamentalismo democrático que
no pasa de lo formal.
El poder político camina entre lo que fue y lo que es, discutiendo entre
ratones negros y blancos; mientras, el verdadero poder campa a sus anchas en
otro territorio. La solución parece simple, que diría cualquiera de esos
ratones, poner un cascabel al gato. Pero el gato también asusta.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 08-03-2018
A mi también me da miedo. Lo que ha pasado en Italia, lo que está pasando en Europa, lo que está por venir en España.....pero días como hoy,8 de marzo,en los que la gente es capaz de salir de su zona de confort para unirse y manifestarse en contra de algo que no es justo.... me alivia en la esperanza de hay futuro para lo humano. Buena noche
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