Cincuenta años después, sea por la efeméride redonda, sea porque
la coyuntura prescribe una mirada hacia algún punto sedante del pasado, sea por
encontrar la génesis de una conversación cerrada en falso que - durante algún
que otro decenio aparentó curada o cuanto menos simuló inocua- supura
infectada, la Transición vuelve a colear en debates, ficciones o relatos
compuestos para la digestión social, para alimento de propios y vómito
antagónico. La Transición y su fósforo constitucional. La Transición y sus
amenazas latentes. La Transición y su contingencia golpista. La Transición
arrinconada cuando dicha contingencia se hizo carne (o la vacuna Tejeril, o la
vuelta atrás de un plan que se trastabilló). Una historia de traiciones y
lealtades en la que se asumieron como dogma los papeles de traidores y leales preasignados
y escritos al pertinente dictado por Victoria Prego. Una historia ahora
deshilachada en versiones en las que los relatores, cada relator, distribuyen
unos u otros papeles a su conveniencia.
La Transición, desmemoria subsiguiente al silencio impuesto
manu militari, pacto para no hacerse daño al estilo del chiste del dentista
-eso sí, un acuerdo en que el paciente solo disponía de su mano frente a la
dotación amenazante, anestésicos incluidos, del sacadientes- consolidó unos
lustros de sensación de bonanza. La Transición, digo, ha perdido su efecto
terapéutico.
Al final, los viejos por hastío, los jóvenes por desaliento,
diagnostican la quiebra de un modelo que, si alguna vez guareció, ya no
transmite sensación de cobijo. Bien entendido, el paradigma resquebrajado, el
patrón que amenaza con la intemperie, no es tanto la gotera local como la imponente
tormenta global, pero importa que el tejado propio se arregle.
Y no encuentro manera. Las propuestas han desaparecido. El
apoyo tan solo se reclama por el descrédito del enemigo, que ya no rival. La
libertad augurada, al menos la capacidad de decisión, se deteriora cuando las
opciones desaparecen. La alternativa a una propuesta deseada nunca puede ser la
que, envuelta en detergente, defiende una idea opuesta.
Y en el mundo de verdad, el de la supervivencia, el de llenar
el plato cada día, los mineros aún mueren en la planta catorce.
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 2-12-2025
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