Mientras los ciclistas trazan las últimas curvas por
las rutas de España, otras bicicletas más modestas e igual de sacrificadas
tratan de abrirse paso entre largas hileras de furiosos conductores cuyas
meninges condicionan el uso de la bici a la práctica deportiva, pero nunca
aceptarán que esas dos ruedas sean una alternativa seria de transporte. Es
lógico, el coche es el estandarte de la libertad entendida como hecho personal
y exigente de unos derechos, un campo abonado para comportamientos
individualistas empapados de simpleza intelectual. La sutileza del discurso de
la bici se adentra en otro plano, paralelo al anterior, del concepto de
libertad, entendiéndola como un deber con los demás. Sin un cambio de actitud,
asumido por buena parte de los que hoy se montan en el auto hasta para ir a
mear, el día internacional sin coche se convierte en un día cargado de
discursos hipócritas de políticos que no tienen el valor suficiente para tomar
medidas de calado que recuperen la ciudad para sus gentes.
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