lunes, 30 de mayo de 2011

Feliz mientras llora


Contaban por Valencia, al menos hasta principios del siglo recién muerto, que, cuando llegaba el invierno, nunca faltaba un aragonés viejo con un niño en su mano recorriendo las calles anejas al mercado. La pobreza era un miembro perenne de la mayoría de los hogares en aquellas comarcas del sur del Ebro y los niños, bendita inocencia, la vadeaban entre juegos y pequeñas responsabilidades sin ser conscientes de que ese nudo en el estómago es la menos mala de sus consecuencias.

Pero para sus padres esos niños, sobre todo si tenían una buena camada de hermanos mayores, eran un estómago más, hambre sobre hambre. Vagaban entre la muchedumbre lo hacían buscando acomodo en algún comercio para sus hijos. Muchas veces lo conseguían pero, de la misma manera que hay más días que longanizas, en toda Valencia no se encontraban tiendas suficientes para cada muchacho. Llegado el caso se acercaban a la escalinata de la Lonja, el padre señalaba con el dedo la veleta de los Santos Juanes y susurraba al oído del vástago, mira como se menea el pájaro. Mientras el niño miraba embelesado lo que sus ojos nunca antes vieron, el viejo, un poco más viejo y con los ojos ahogados, emprendía una huida sin retorno con la ciega esperanza de que alguien cumpliera lo que para él era imposible. La necesidad es incompatible con las disquisiciones y no admite componendas y, al fin y al cabo, de abrazos no se vive. Un hijo es sangre de mi sangre y, en estas circunstancias, es mejor romper el alma de un tajo que morir un poco cada día.
Así, como lo cuenta Blasco Ibáñez en ‘Arroz y Tartana’, se ha debido sentir Onésimo Sánchez. Siendo un hijo del Pucela, e instalado, precisamente, en territorio aragonés, ayer se sintió como su padre. Le tenía cogido de la mano pero su necesidad era mayor que el alimento que le podía dar. Durante la semana su cabeza fue una diana fácil -permítaseme la broma- para quienes creen que la honradez es paisana del ratoncito Pérez. Él quería demostrar que existe y no hay mayor motivación para el hombre honrado que demostrarlo cuando se pone en entredicho. Hoy es feliz mientras llora. Temía el empate o la derrota porque al malpensado no le valen los argumentos –a veces ni los hechos- y puso todo su empeño en vencer porque, aunque le duela, es lo que tocaba.

Durante muchos minutos la derrota pucelana suponía el abandono porque las tiendas amarillas de Alcorcón estaban cerradas a cal y canto. Cuando estas parecían abrirse, la autoridad residente en Jerez dijo que nones y ahora tendrá que asumir la situación.

El tiempo le hará saber que no fue Onésimo sino el hambre el responsable de que tenga que vagar una semana en busca de una casa en la que forjar sus sueños. Aunque debe saber que carece de tensión, de convicción y, sobre todo, de eso que se llama fútbol; los pilares sobre los que se sustenta el éxito si no pretendemos que sea evanescente. O sea, jugar la promoción y no dar un mordisco.

Publicado en El Norte de Castilla el 30-05-2011

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