domingo, 18 de septiembre de 2011

Miedo, mentira, prejuicio

El caballo se encabritó y tiró al suelo al jinete. A resultas del golpe, el joven se rompió ambas piernas. Su padre, ya anciano, maldecía su suerte. ¿Cómo iba a poder llevar a cabo la inminente cosecha si a él le faltaban las fuerzas y su único hijo estaba imposibilitado? Días después del accidente, el joven tuvo noticias de que su país había declarado la guerra al vecino y que, por edad, tendría que alistarse. Él, sin embargo, como consecuencia de las lesiones, esquivaría la muerte en el campo de batalla. Estando en casa celebrando su fortuna se le vino el tejado encima, falleciendo en ese mismo instante. Al poco se supo que los gobiernos en contienda habían firmado el armisticio antes del primer disparo.
Celebrábamos nuestra fortuna tras el partido ante el Córdoba, obtener tres puntos era, parecía obvio, una buena noticia pero ese triunfo acorraló a Djukic contra la pared. El técnico sintió miedo durante el partido y en vez de responder asiéndose a los principios que predicaba fue paulatinamente reculando. En Gerona vimos ese primer paso atrás, decidió que había que fortalecer el sistema defensivo y lo hizo enviando al banquillo a Álvaro Rubio y entregando galones de titular a Javier Baraja. La experiencia no resultó alentadora y, lejos de desdecirse, insistió en la deriva. Ayer, viendo la alineación, intuimos el miedo. Para enfrentarse al Murcia propuso un equipo inicial en el que ya no estaba Jorge Alonso, su puesto lo ocuparía Nafti. El argumento esgrimido «queríamos ser más agresivos» es pueril pero transparente: la idea inicial se desvanece, el ataque de pánico le ha llevado a intercambiar el papel del sustantivo con el del adjetivo, el del alimento y el condimento. La respuesta de un cocinero ante la queja de que el cocido está soso no puede ser quitar los garbanzos y poner un plato de sal. A Jorge le reconocemos su calidad pero le reprochamos su paso indolente, su relevo no puede ser la antítesis, agresividad sin fútbol, o sea Nafti.
El partido de ayer demostró precisamente eso, que el fútbol no es distinto al resto de las facetas de la vida donde no hay verdades absolutas pero sí absolutas mentiras y muchos prejuicios. La primera mentira es que con más jugadores defensivos se defiende mejor. Se defiende mejor cuando hay plan y están todos implicados en su desarrollo. ¿El plan? Ya he dicho que no hay verdades absolutas, cualquiera convincente y trabajado, nunca un híbrido entre el deseo del técnico y su tránsito intestinal. En paralelo se pude decir que tampoco es cierto que con más jugadores de ataque sea más fácil marcar. En un juego de espacios lo razonable, para atacar y defender, es ocuparlos de forma racional.
La segunda mentira es creer que la suma de nombres es igual a la suma de sus cualidades. Javi Guerra es la bandera de la plantilla, un futbolista con veintinueve muescas la temporada pasada, pero aún no está al nivel físico óptimo. Alberto Bueno había marcado cuatro en los tres primeros partidos. Había tres alternativas: optar entre uno de los dos, modificar el dibujo (que no el estilo) o desubicar a uno de ellos. Djukic optó por esta última y desplazó a la izquierda al madrileño. Con ello se perdió profundidad en una banda dejando medio cojo al equipo. Es evidente que ambos son buenos futbolistas pero en la decisión de ayer no está la solución al jeroglífico.
Prejuicios también los hay a millares pero hay uno inmutable, el árbitro es el culpable de nuestras desdichas. Anulamos así la sana capacidad de autocrítica. Amoedo Chas se ha llevado la repulsa de la afición porque erró en Elche pitando contra el Valladolid una falta que no era. Cierto, pero a cuarenta metros de la portería. La casualidad ha querido que el día del reencuentro haya coincidido con el del retorno silencioso de Javi Jiménez.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 19-09-2011

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