martes, 18 de septiembre de 2012

SIN TIEMPO

Los días pasan así, como sin que nadie los tocase. Unas veces es la rutina, que parece garantía de que nada malo puede ocurrir, total, repitiendo los mismos pasos son previsibles las mismas consecuencias. Otras la cobardía, el sí pero no, el que piensa pero no se atreve, el que decide pero no hace, el pasito palante, María, que conlleva dos zancadas atrás. O la indefinición, que impide ir a un sitio porque hay otro o al otro porque hay uno, o las convenciones que impiden que nos salgamos de esas dos rayas en las que nos enseñaron a enclaustrar las letras. Son cuerdas que aprietan nuestras muñecas, inutilizan nuestras manos y cercenan los caminos que llevan el oxígeno al cerebro, son días de madrecita que me quede como estoy, de encender la tele y ver multitud de pases en el centro del campo y acostarse con cara de cero cero inicial


No siempre son del todo aburridos. De tanto en tanto, una arrancada nos despierta del letargo, a ratos una aceleración, un movimiento vertical, una ruptura por una banda, una copa de vino con un amigo que te encuentras por la calle, un remate al larguero, añaden el color necesario para no definir como tediosa la jornada. Pero en realidad es puro tran, tran, esto, eso, aquello, cada cosa en su sitio, cada uno en su casa, Dios en la de todos y una gran manta, con un cero cero estampado, bajo la que cobijarse hasta que vuelva a sonar el despertador. 


Alguna noche, de camino a casa, cuando ves que el día se agota, cuando el reloj te dice que es hora de volver, te rebelas y cambias de camino, recuerdas aquella plaza en la que una tarde, aquel bar en que una vez, te animas con el falso ánimo que marca la necesidad de romper y no saber cómo y vuelves sobre unas huellas borradas por el paso de los años. Atraviesas la plaza, te tomas dos copas en el bar y te das cuenta de lo que Heráclito ya sabía, de que en los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos. Levantas la cabeza y Alberto Bueno remata fuera. Miras los dos vasos juntos, vacíos, forman un cero a cero, cierras los ojos y vuelta a casa, acabó la rebelión. 

Como si fuera una maldición, caminas y caminas sin moverte del mismo sitio, parece que andas pero no te mueves, que te has ido pero estás. Llegado el momento, por la costumbre, por la tradición o porque lo dice un calvo, compras un décimo de loteria, fantaseas con lo que harás cuando te toque, la vida te sonríe, la vida que no es, ni será, te sonríe. Es un consuelo a priori, sale Manucho, sabes que nunca toca, pero sigues pensando que este año sí. Salen las bolas premiadas, cantan los niños, pero los números que oyes no coinciden con tu número, que termina en cero cero. 

Pasa el día. La rutina, la cobardía, la indefinición, las convenciones, le han convertido en uno de tantos, tan igual que no podrás recordarlo porque lo confundirás con cualquier otro. Caminas hacia la cama, ni buscaste, ni encontraste, pero nada malo ha pasado. Te engañas cuando te dices que habrá más días, más oportunidades. Te sientas en la cama para quitarte los calcetines y suena el teléfono. No esperas a nadie, lo coges y al otro lado una voz desconocida, convencional, aséptica, te pregunta que si usted es usted. Le dices que sí, que claro, que qué ha pasado. Escuchas y lloras. Último minuto, un poco error de un árbitro, un poco error propio, y todo ha acabado. No hay posibilidad de que el tiempo vuelva atrás, no la hay, por más que lo desees. La vida te puede derrotar si arriesgas, pero si paseas, sin más, por ella, te pinta la cara con un uno cero en cuanto te descuides. Y sin tiempo.



Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-09-2012

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