lunes, 25 de febrero de 2013

DE NUEVO CON EMPLEO

Desde el momento en que Eva y Adán asumieron que tendrían que ganar el pan con el sudor de la frente, el trabajo pasó a ser una suerte de esclavitud temporal: había nacido la necesidad y el trabajo se convirtió en el camino que unía dicha necesidad material con la forma de cubrirla. Desde entonces, unos cuantos se adueñaron de los medios de producción, los otros solo tenían las manos como objeto de intercambio. Para estos últimos, que a duras penas cubrían sus mínimas necesidades, ese trabajo era la garantía de un mendrugo de pan o del pago de una factura. En nuestras sociedades, como en todas las anteriores, no poder desarrollar ese potencial nos empequeñece, nos acobarda, nos deshumaniza. Individual y también colectivamente, porque cuando este problema afecta a un número ingente de personas, un claro síntoma del fracaso de un modelo, es la sociedad entera la que sufrirá, aunque sea tiempo después, las consecuencias. Unas consecuencias que son funestas psicológicamente a corto plazo pero que, según caen las hojas del calendario, se van convirtiendo en dramáticas en lo económico. Por eso, el dato que nos indica el número de personas sin empleo, sirve más para palpar las perspectivas de una sociedad que para conocer la realidad presente.
Los primeros días tras un despido se pueden sobrellevar porque las necesidades se pueden ir cubriendo con colchones que amortiguan la caída: unos ahorros, los ingresos del ‘paro’, la red social y familiar. Pero el tiempo pasa y si el problema se enquista los ahorros mueren, el ‘paro’ se acaba y la red se resquebraja porque no es de acero. Durante este intervalo el desempleo existe pero no se ve. Si, como está ocurriendo, lejos de mermar, sigue aumentando, pasado un tiempo los ecos de la tragedia que se vive en muchas casas, resonarán, inexorablemente, en cada calle.
Los puntos que consigue un equipo son el colchón en el que cae después de cada partido. El Real Valladolid tenía unos ahorros que le permitían vivir tranquilo, pero los ahorros, si no hay ningún ingreso, se acaban. El fútbol es terreno abonado para que germinen los agoreros, pero es tan variable que enseguida los hace callar. El Pucela, a lo largo de la temporada, había trabajado mucho y bien. Pero, de repente, se quedó en la calle. En los dos últimos partidos parecía desesperanzado, no era solo que no tuviera trabajo, ni ilusión por conseguirlo tenía. No es que no marcase, es que ni presentaba el currículum en la portería rival. Y 30 puntos son ahorros pero no dan para mucho.   
Las dinámicas en el fútbol, ya digo, al contrario que en la sociedad, son efímeras, varían ‘qual piuma al vento’, como escribiera Verdi para su personaje, el Duque de Mantua, del Rigoletto. Tanto que frente al Rayo Vallecano el equipo mostró el tono vital de quien encuentra empleo. Tanto que, en el mismo partido, conjugaban momentos de fulgor con ratos de opacidad. Tanto que marcó un gol de la misma especie de los que recibimos de vez en cuando, el portero vallecano salió a por uvas y un compañero le marcó en propia puerta, y, antes de terminar de celebrarlo, el mismo jugador ya había empatado. Al final otro gol parecía dar por concluido un enfrentamiento tan alegre como desazonador. Parecía porque en la agonía del partido, el Rayo pudo empatar. La parada de Dani fue de las que hace que le perdonemos todo, hasta la próxima. Ahora, la línea de ahorro pone 33. No es suficiente, pero ya nadie piensa que el equipo sigue en el paro. Pero esto es fútbol, quizá mañana le despidan. No, perdón, no es en el fútbol, es en la sociedad donde el drama se extiende.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 25-02-2013

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