viernes, 13 de junio de 2014

SAN NICOLÁS O EL HOMBRE DEL SACO

Quizá no lo recordemos, pero a última hora del día aquel en que descubrimos que los reyes eran los padres, nos sentimos estupendamente. Antes, un rato antes, pudimos haber gimoteado un poco pensando que, una vez descubierto el truco, nos quedaríamos sin los regalos. Sin embargo, pasada la llantina inicial nos rehicimos, respiramos profundamente tres o cuatro veces, elevamos el pecho y miramos por encima del hombro a todos esos pobres niños que todavía eran niños, que aún se dejaban engañar con ese pueril embuste sin sentido. Nosotros ya caminábamos en otra dimensión, éramos otra cosa, conocíamos la verdad, compartíamos el secreto y formábamos parte de los conjurados en su custodia: éramos, por fin, mayores.

Hasta hace cuatro años las selecciones española y holandesa creían en los reyes magos. Bueno, lo suyo era peor, allí, en vez de creer algo tan lógico como que tres abueletes viajasen a lomos de un camello desde las ignotas tierras de oriente hasta sus casas, piensan que es San Nicolás, que ni es mago ni nada, el que viaja a sus casas para llenar de regalos sus zapatos. Un santo, pobres incautos, que para más inri viaja en barco desde su residencia habitual en España. Algo inconcebible, porque aquí santos viven pocos y el milagro es llegar a fin de mes. Vieron a un anciano afable sobre la cubierta de un barco y han montado la leyenda, pero el abuelo no era San Nicolás, sino Chanquete.
Decía, que las selecciones española y holandesa creían en los reyes magos (o en San Nicolás). Les traían regalos en forma de buenos jugadores, resultaban graciosos en las primeras fases, pero cuando llegaba la fiesta de verdad, nunca estaban entre los invitados. Aunque en realidad, allá por los setenta, los chiquillos holandeses urdieron una trastada, trasnocharon, se colaron en el guateque y se quedaron hasta última hora, pero primero Alemania y después Argentina, les afearon la conducta y les dijeron que no tenían edad para levantar una copa. Los españoles ni eso, el portero de cuartos de final siempre los mandaba para casita. Hasta hace cuatro años. Entonces Iniesta descubrió que los reyes eran los padres. Ya podían sentirse mayores, formaban parte de esa comunidad de adultos integrada por Brasil, Italia o Alemania. Ahora podían mirar a Holanda con  gesto de condescendencia y aires de perdonavidas.
Ellos, niños asustadizos que no han ganado nunca un mundial, miran a los españoles con cierto recelo. Parece que contradice lo anterior -¿qué miedo han de tener a los compatriotas de San Nicolás?-  pero no, San Nicolás es solo uno y pisa su territorio una vez al año, pero los Tercios de Flandes estaban formados por muchos y no debieron de dejar buen recuerdo en los casi dos siglos de continua permanencia en aquellas tierras. Tal es así, que en vez de utilizar la imagen del hombre del saco para infundir temor, cualquier padre, con solo con mentar a Fernando Álvarez de Toledo, el duque de Alba, hace que las criaturas vayan a la cama sin rechistar. Cuando el pobre Robben, con semejante trauma infantil, se entere de que el lateral izquierdo de la selección española se apellida Alba, notará de golpe un cierto dolor a la altura de los isquiotibiales.
Para ver quién sale vencedor de esta contienda tendremos que esperar noventa minutos, diez más que los años que duró aquella guerra que los españoles jugaron fuera de casa entre los siglos XVI y XVII. Una guerra tan larga que, entre ahora avanzamos y ahora retrocedemos, liaron los nombres. En 1579 varias provincias firman un acuerdo al que denominaron la Unión de Utrech. Esas provincias, varias, insisto, con sus dimes y diretes, Napoleón por medio, vienen a coincidir con el territorio de lo que llamamos Holanda. Pero llamar Holanda a lo que llamamos Holanda es tan preciso como llamar Asturias, por más que Villa y Cazorla sonrían, a España. El nombre oficial es Países Bajos. Holanda era tan solo, la provincia más grande. Pero claro, para cualquier soldado del Tercio era más fácil nombrar al todo por la parte más grande que diferenciar Frisia de Groninga, o Zelanda de Overijssel. Y así, hasta hoy, para nosotros todo es Holanda. Porque para bajos ya están los susodichos Villa y Cazorla, y sobre todo, por más que le sobredimensionen, Jordi Alba.
Esta noche los unos querrán infundir el mismo pánico que el duque de Alba, los otros esperan que los de rojo sean émulos de San Nicolás. No se juegan el imperio unos, ni la independencia los otros. Es solo un partido de fútbol, pero el que pierda puede que, como el holandés errante, esté condenado a surcar los océanos sin poder poner el pie en la tierra de la clasificación. Aunque en el fútbol, la palabra siempre, significa solo hasta el siguiente partido.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 13-06-2014

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