domingo, 17 de mayo de 2015

MEJOR NO MORIR DE VIEJO

Conseguir algo no suele ser cosa fácil, que lo conseguido no se evapore acostumbra a ser más difícil aún. Una de las razones de esta segunda dificultad tiene que ver con la falta de precaución ante ese riesgo, ya que, una vez logrado algo, tendemos a pensar que ya está todo hecho y nos acostumbramos a vivir como si el logro hubiera llegado para quedarse, como si fuera un derecho escrito sobre piedra, y bajamos las defensas. Después sucesivas reformas laborales minimizan las condiciones de los trabajadores, se promulgan leyes mordaza o aparecen estudios sociológicos sobre las percepciones y los comportamientos de nuestros adolescentes en los que comprobamos que, con lo que ha llovido, su visión sobre la homosexualidad no se aleja demasiado de la de sus abuelos o que siguen asociando el control a sus parejas a una prueba de inequívoco amor. Claro, se nos queda cara de tontos, todo lo más, con carita de pánfila incredulidad, nos preguntamos que qué ha podido pasar, que cómo hemos llegado hasta aquí o, a la manera de Vargas Llosa en el inicio de ‘Conversación en La catedral’, miramos atrás para saber en qué momento se había jodido el Perú. La respuesta es muy simple, nada llega para quedarse definitivamente, nada se mantiene si no se realizan esfuerzos para que así sea, si no empezamos por comprender que todo lo que cuesta es evanescente.

El Real Valladolid necesitaba los tres puntos para seguir alimentando esa fantasía del ascenso directo y se quedó a medio camino. Para conseguir la victoria, obvio, es imprescindible marcar un gol y a ese empeño se puso el Pucela. Costaba pensar que lo podía conseguir porque el partido olía que mataba a cero cero, pero, siquiera por insistencia, el gol llegó una vez habían transcurrido setenta minutos. Escribía Machado que en España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Ese embestir, en fútbol, a veces, se convierte en un recurso que funciona. Así lo entendió Óscar Díaz y, como fruto de su persistencia en trasladar el balón a empellones, consiguió que el osasunista Miguel Flaño rematase letalmente hacia su portería. EL Pucela resoplaba liberando tensión, el objetivo del gol estaba conseguido. Pero hete aquí que cuatro minutos después el Osasuna consigue el mismo logro en su primer disparo a la portería rival. Una falta innecesaria de Mojica en el lateral del área, un desajuste a la hora de defender el centro lateral, y el gozo en un pozo. Vuelta a tiempos pretéritos, a condiciones que pensábamos ya superadas. Cuatro minutos son una nada en el cómputo global de la historia de un partido, pero a la vez es tiempo suficiente para pensar que los tres puntos habían llegado para quedarse. Vana ilusión. Llegaron tras un parto complicado, se fueron como el humo por la chimenea. No se supo defender de ninguna de las dos maneras posibles, ni dando un paso adelante para seguir avanzando por el mismo camino, ni dando uno atrás para aferrarse a lo logrado con uñas y dientes. Ni chicha, ni limoná, una perfecta síntesis de lo que es este equipo que, treintaiocho semanas más tarde, sigue buscando una identidad que lo defina. Ya no hay más agua, el ascenso directo murió tal fecha como hoy pero aquejado de males que venían de antes. Quizá sea mejor así; quizá, como cantaba la Negra Sosa en la Zamba Del Chaguanco ‘para vivir como vives, mejor no morir de viejo’. Mejor guardar las fuerzas para la otra batalla, la real, la que empezará en breve. Que se preparen para ello.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 17-05-2015

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