lunes, 5 de diciembre de 2016

HACERLO COMO SABEMOS

Un simple racimo de uvas podía costar una perdigonada en el culo, que así se las gastaban por estos lares contra quienes osaban acercarse a una vid ajena para saciar el terco apetito. «El miedo guarda la viña» se excusaba el escopetero cuando se le cuestionaba la desproporción entre una pequeña acción y su reacción desmedida, entre pretender un insignificante hurto y terminar la tarde igual de hambriento pero con las posaderas sangrando. De esta manera, el perdigón no se dirigía tan solo contra el asaltante; se convertía en un mensaje lanzado a toda la población. Era, en el lenguaje geopolítico de este siglo, una guerra preventiva que convertía las nalgas del ladronzuelo en simples daños colaterales. El objeto de aquel pequeño proyectil consistía en dibujar un miedo genérico para convertirle en celoso guardián de las fincas. Así las cosas, la trayectoria de este miedo siempre caminaba de arriba hacia abajo: nunca guardó la viña el temor del dueño, que ninguno tenía, sino el que se pretende infundir en los potenciales raterillos. Se trataba, pues, del miedo generado por los ricos para trazar la línea, para ahuyentar a los pobres.
Los refranes tienen un origen y luego una vida propia que, en ocasiones, les separa de la pretensión con la que nacieron. En el caso de este del miedo y la viña así ha sido. De esta versión inicial que ampara una ‘justicia’ de los poderosos –al abogar por la tesis de que los castigos excesivos evitan las ‘malas tentaciones’ de la chusma– hemos pasado a otra que se refugia en el temor a perder lo poco que tenemos, a hacernos creer que no existe herramienta mejor que el miedo para salvaguardar una pequeña posesión.
Ayer, al padre Herrera le entró un ataque de pánico. De rondón y casi sin querer, el Pucela cobró ventaja gracias a un magnífico cambio de juego de Juan Villar. Así se produjo una superioridad en el flanco izquierdo que, perfectamente regada por Jordán y recolectada por Jose, propició un gol impensable tras haber sufrido una primera mitad pétrea, indigerible. A partir de ahí, decía, al padre Herrera se le achicó la vena, apareció el entrenador timorato que se escudó en la segunda versión del refrán y, desde entonces, no dejó de lanzar mensajes medrosos que sirvieron para atrincherar a los suyos. La apuesta salió bien y no faltarán resultadistas que le loen con la misma pasión con que le habrían atacado si, por ejemplo, el mallorquinista Lekic, solo frente a Becerra, no hubiera mandado la pelota a Mahón.
A veces, como en este caso, sale bien, pero no es costumbre. El miedo generado por los pequeños es tan nimio que, lejos de guarecer la viña, agiganta las opciones de perder esas pocas parras. Claro, el padre Herrera podría responder que su equipo tampoco está en disposición de ver el mundo desde la perspectiva de la primera versión del refrán, que no cuenta con argumentos suficientes para infundir miedo al rival. Puede ser, pero no cabe que la alternativa al no asustar haya de ser asustarse. Rinde más, simplemente, jugar como se sabe.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 05-12-2016

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