jueves, 26 de enero de 2017

DE DAVOS A COBLENZA

En los apenas 600 kilómetros que separan Davos de Coblenza se dibuja el camino recorrido por nuestras sociedades desde aquellos días en que todo parecía ir bien hasta hoy en que parece no haber más salida que los puñetazos en la mesa y ‘esto lo resuelvo yo en dos guantás’.  Mientras en la suiza Davos se reunía la Asamblea Anual del Foro Económico Mundial -una fundación que aglutina a los líderes mundiales ahora en decadencia, esos mismos que pretendían marcar las pautas que habría que seguir para transitar la senda de la globalización- en la alemana Coblenza, los que se habían citado eran los líderes de diversas organizaciones de esas a las que antes se llamaban de extrema derecha y que en breve podríamos ver gobernando –o al menos con altas cotas de poder- en varios países de la vieja Europa. Las dos localidades son las esquinas del cuadrilátero en el que combaten el veterano campeón un poco sonado por los golpes recibidos y el pujante joven dispuesto a desarbolar a aquel en un par de asaltos.

Hace no tanto tiempo, este escenario habría sido inconcebible para los globalizadores: en buena parte de la sociedad ni siquiera se planteaba alternativa al guion escrito por los de Davos. Pero el edificio, como no podía ser de otra manera, cayó. Recuerdo que por aquel entonces escribí que las crisis económicas no alientan la razón sino la desesperación. Y en momentos de desesperación se buscan refugios y chivos expiatorios. El refugio procurado con éxito por los de Coblenza no es ni mucho menos nuevo, al contrario, sus propuestas reconstruyen el concepto de ‘nación’ entendido desde un punto de vista esencialista. Sus chivos expiatorios serán todas aquellas personas que, por ideología, raza, religión u orientación sexual, no cuadren con ese concepto de pureza nacional, todas aquellas que se rebelen contra su forma cerrada y patrimonial de contemplar el estado, la sociedad, la familia…

La izquierda, llamémosle presunta, asiste atónita al combate entre las dos derechas. Envuelta en sus retóricas ininteligibles para una buena parte de lo que debería ser su base social, no se dio cuenta de que había perdido el paso. Mientras se ‘globalizaba’, fue incapaz de crear algo que saliera de su terruño. Ahora, en el proceso de reacción, sigue preguntándose qué ha hecho mal. Y ahí sigue. Ensimismada, preguntándose. 
Publicado en "El Norte de Castilla" el 26-01-2017

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