En los apenas 600 kilómetros que separan Davos de Coblenza se dibuja el
camino recorrido por nuestras sociedades desde aquellos días en que todo
parecía ir bien hasta hoy en que parece no haber más salida que los puñetazos
en la mesa y ‘esto lo resuelvo yo en dos guantás’. Mientras en la suiza Davos se reunía la
Asamblea Anual del Foro Económico Mundial -una fundación que aglutina a los líderes
mundiales ahora en decadencia, esos mismos que pretendían marcar las pautas que
habría que seguir para transitar la senda de la globalización- en la alemana
Coblenza, los que se habían citado eran los líderes de diversas organizaciones
de esas a las que antes se llamaban de extrema derecha y que en breve podríamos
ver gobernando –o al menos con altas cotas de poder- en varios países de la
vieja Europa. Las dos localidades son las esquinas del cuadrilátero en el que
combaten el veterano campeón un poco sonado por los golpes recibidos y el
pujante joven dispuesto a desarbolar a aquel en un par de asaltos.
Hace no tanto tiempo, este escenario habría sido inconcebible para los
globalizadores: en buena parte de la sociedad ni siquiera se planteaba
alternativa al guion escrito por los de Davos. Pero el edificio, como no podía
ser de otra manera, cayó. Recuerdo que por aquel entonces escribí que las
crisis económicas no alientan la razón sino la desesperación. Y en momentos de
desesperación se buscan refugios y chivos expiatorios. El refugio procurado con
éxito por los de Coblenza no es ni mucho menos nuevo, al contrario, sus
propuestas reconstruyen el concepto de ‘nación’ entendido desde un punto de
vista esencialista. Sus chivos expiatorios serán todas aquellas personas que, por
ideología, raza, religión u orientación sexual, no cuadren con ese concepto de
pureza nacional, todas aquellas que se rebelen contra su forma cerrada y patrimonial
de contemplar el estado, la sociedad, la familia…
La izquierda, llamémosle presunta, asiste atónita al combate entre las
dos derechas. Envuelta en sus retóricas ininteligibles para una buena parte de
lo que debería ser su base social, no se dio cuenta de que había perdido el
paso. Mientras se ‘globalizaba’, fue incapaz de crear algo que saliera de su
terruño. Ahora, en el proceso de reacción, sigue preguntándose qué ha hecho
mal. Y ahí sigue. Ensimismada, preguntándose.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 26-01-2017
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