domingo, 26 de noviembre de 2017

LA UNIDAD COMO AMULETO

Olivas y Borja pugnan entre ellos por un balón. El uno quiere despejar; el otro, jugar la pelota


La evolución en el uso de algunas palabras las ha ido confiriendo el valor de fetiches. Quienes las utilizan desde algún ambón, conscientes del poder magnético, amedrentador, que acarrea la pronunciación de esos términos  cuasi religiosos, pretenden llevar el agua a su molino. En su pronunciación los tribunos esconden su artera voluntad de arrastrar hacia sí –sus intereses– la población a la que se dirigen. De esta manera, los vocablos referidos pierden su fértil territorio para convertirse en losas que inmovilizan el pensamiento. Para ejecutar este vaciado, aquellos toman un término cargado de connotaciones positivas, se lo apropian y lo revuelven hasta que, pronunciado, juegue a su favor.
Una de estas palabras trocadas en tramposo amuleto es ‘unidad’. De por sí, según indica la RAE, está cargada de matices. Sin embargo, cuando el vocablo ‘unidad’ aparece en escena, lo hace de forma viciada, habiendo desvirtuado su significado más íntimo hasta haberlo transmutado en otro concepto. Así, cuando desde cualquier instancia, vale con que tenga un poco de poder, se apela a esa unidad que a priori suena tan bien y parece tan necesaria, lo hacen tras dejar claro que la única unidad posible, la que requieren, es la que se realiza en torno a la voluntad de dicha instancia. La unidad, por tanto, se convierte en otra cosa que suena parecida pero es completamente distinta: la ‘uniformidad’. Ningún poder nos quiere unidos, nos desea uniformes. Los cuerpos armónicos que se estructuran en torno a la voluntad de sus miembros no son, no pueden ser, cajas de soldaditos de plomo. Dicha armonía solo será posible cuando existan instrumentos colectivos de decisión globalmente aceptados. Una certeza que sirve hasta para un equipo de fútbol. Por más que pensemos que el entrenador es el  único que decide, el equipo solo progresará si la plantilla se siente involucrada, si los engranajes se forjan sobre la convicción. Cuando llegan las dudas, los mecanismos se desintegran. En esas anda el Pucela. Olivas y Borja pugnan por un balón. A priori suena ridículo: ambos forman parte de lo mismo y tanto daría quién ejecutase la acción prevista. Pero la imagen refiere mucho más: la contienda no es por no saber quién, sino por no tener claro qué. El primero pretende alejar el balón; el segundo, jugarlo. Dos conceptos antagónicos que enfrentan a dos partes de un mismo cuerpo. Dos ideas, dos miradas. Un dilema que no se aclarará con estériles llamamientos por parte del entrenador a una uniformidad –aunque él diga ‘unidad’– de pensamiento en torno a su idea sino a una unidad real asumida por todos.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 26-11-2017

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