No puedo dar una opinión de primera mano porque hace mucho que no subo a
un avión, pero, si hago caso a lo que me cuentan, a Madrid, desde arriba, no se
le ve. Resulta que la capital del reino aparece coronada por un gran bonete
negro que le cubre toda la cabeza. En esto ha debido consistir el progreso, en
el abandono progresivo de las boinas individuales para instalarse debajo de
grandes chapelas colectivas. En menor o mayor medida, este manto de mierda
recubre todas las grandes ciudades. Pero no nos engañemos, esa contaminación
visible no es el mal, sino el síntoma de la enfermedad provocada por nuestra
forma de producir y consumir. Un modelo que es inexorablemente centrípeto,
requiere la concentración humana en núcleos de población inabarcables para
producir más barato, a la par que conlleva la dilapidación de unos recursos energéticos
y naturales de los que ya se vislumbra su fin.
Eliminar esa boina supondría una indiscutible mejora en las condiciones
de vida de millones de personas pero las consecuencias del problema de fondo, el
modelo productivo depredador en el que vivimos instalados, simplemente se
postergarían. Bienvenidas sean pues las medidas que se plantean para reducir el
tráfico rodado, pero no nos equivoquemos, no son más que parches.
La voz de alerta ya viene de lejos, pero da la impresión de que, más allá
de declaraciones grandilocuentes, poco se hace para intentar -ya
no digo revertir, sino- paliar algo la situación. Poco se hace y poco se puede
hacer ya que vivimos chantajeados por ese modelo productivo que nos amenaza con
una dura caída sobre el asfalto si dejamos de dar pedales a su bicicleta.
Tenemos claro que esta dinámica nos proporciona pan para hoy a cambio de hambre
para mañana; la alternativa, sin embargo, suena a hambre ya para hoy porque no
somos capaces siquiera de imaginarla. Cambiar la dinámica no parece posible por
falta de instrumentos: no cabe la reversión democrática, no hay política que se
soporte en la actualidad sin la complicidad del poder económico y este no
tomará decisiones que le pongan en cuestión. Hasta que todo reviente. Entonces
cambiaremos el modelo, aunque solo sea por obligación. Hemos oído con
frecuencia que el planeta está en peligro. En realidad, ese es el peligro, una
visión androcentrista que confunde el planeta con el hombre. Este planeta
seguirá dando vueltas. Con o sin boinas.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 23-11-2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario