lunes, 8 de enero de 2018

EL RAPAZUELO IMPACIENTE

Los rivales conocen las carencias del Real Valladolid y le encuentran las cosquillas con suma facilidad a poco que se lo propongan


Foto El Norte de Castilla
La vida concede tiempo casi para todo. Sí, vale, es demasiado corta y siempre andamos con la sensación de que no va a haber días suficientes para desarrollar todo cuanto querríamos, vivimos con ese remusgo de no haber aprovechado en condiciones la dádiva de vivir. Mas aun así, –la mayoría– tenemos momentos, días, etapas, variopintos que son suficientes para llenar el fardel con toda la gama de sentimientos, emociones o experiencias. Lo sorprendente es que la humana forma de afrontar esta realidad se muestra como una paradoja: de más jóvenes, cuando el tiempo por delante parece infinito, se vive de forma apresurada, como si el tiempo apremiase; al arrugarse el rostro, cuando aparece la consciencia del límite, los tragos se toman más largos, como si no hubiera prisa por terminar la copa, como si nada más urgiera. Lo que se ha aprendido en el entretanto es a seleccionar los momentos, a dar a cada tiempo una lectura. Así, los malos se viven con menos drama –con la consciencia de que son, a la vez, pasajeros y ley de vida–; los buenos, se saborean sin más.
En este saber aplicar a cada lance la lidia que requiere se encuentra uno de los secretos de un buen hacer, de un buen vivir. Un enigma que el Real Valladolid aún no ha descubierto. Los partidos de fútbol también conceden tiempo para casi todo: para ir arriba o abajo en el marcador, para guardar un empate valioso o necesitar romper favorablemente esas tablas, para impulsarse desde la euforia de un gol marcado o tenerse que levantar al encajar un puñetazo en el mentón... En fin, circunstancias de las que uno no es dueño pero que no pueden convertirte en esclavo. El Pucela, este Pucela, ha vivido cada una de ellas y no puede decirse que haya salido con bien cuando alguna adversidad le ha agarrado de la camiseta. Sus hechuras, cuando la temporada traspasa la frontera de la adultez, son las de un adolescente tan bienintencionado como ansioso, angustiado e impaciente. Cualquier esquirla que se le clava en la piel le descompone irremediablemente y, a partir de ahí, le cuesta recuperar el oremus. Los malos resultados, encima, le han generado unas dudas que tampoco le permiten disfrutar los momentos favorables:_estos se empiezan a vivir con zozobra por el riesgo de perder lo logrado, con el deseo de que el partido termine, con el ayayay que termina en caída. Esa comezón genera una impaciencia que, a su vez, provoca el caos. Los rivales lo saben y le encuentran las cosquillas con suma facilidad. Vean si no, Antoñito, en principio defensa, se proyecta en ataque. Es frecuente y está previsto, pero se supone que la intención es sorprender. Cuando sube por rutina, su aparición atacante pierde fuste. En este caso tiene prisa, no profundiza, agacha la cabeza y centra desde la ineficaz línea de tres cuartos. Demasiado lejos, demasiado frontal, para asustar a una defensa. Los rivales no aparecen, le permiten ejecutar un centro que saben inofensivo. Gianniotas, delantero, no mira a su compañero ni al balón. Coloca la mirada para asistir como espectador al despeje de la defensa. Tras ellos, verde. Setenta metros de césped despejado. Un territorio libre dispuesto para la llegada de un avieso delantero, una zona que será hostil para el defensa que se vea obligado a salir a cubrir las eventualidades. Un terreno empapado con la sangre que ha ido perdiendo a borbotones este impaciente y caótico rapazuelo vestido de blanquivioleta.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 08-01-2018

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