jueves, 25 de enero de 2018

MURMURACIONES TRAS LOS VISILLOS

Los urbanitas se jactan de despreciar los pueblos pequeños porque, a diferencia de las grandes ciudades en las que el anonimato aporta dosis de libertad, son reductos cerrados donde todo lo que pasa se sabe y lo que no ocurre se inventa. El cotilleo, la comidilla, la murmuración, sustituyen al periódico como yacimiento de material para nutrir las conversaciones cotidianas. Quien sale de la norma es fustigado por un chorreo de palabras que corren de boca en boca afeando tal comportamiento, imponiendo unas costumbres y una moral rígidas de las que solo se puede escapar mediante la hipocresía. Mientras, quienes vigilan tras el visillo los comportamientos ajenos, los mismos que hacen chanzas sobre los díscolos, se despreocupan de si los techos de sus casas se agrietan o las paredes se abomban.
Pero no, esto de mirar afuera para pontificar y echar los perros sobre el díscolo no es una costumbre exclusivamente rural sino universal. Es el recurso que la pereza encuentra como aliado para dejar de mirar dentro de casa, para esquivar los problemas propios.
En una esquina de este patio de vecinos, las andanzas de una ruidosa camarilla de desafectos con los usos locales acaparan toda la atención. Sabemos de sus idas y venidas, del ingreso en prisión de alguno de sus miembros sin preguntarnos -honestamente- si hay razón para ello, de la huida a las afueras del que parecía el jefe del clan. Todo ello es material de conversación, casi el único material de conversación. Así, queriendo o sin querer, esquivamos nuestra realidad; ni nos preguntamos por ella, ni nos cuestionamos lo que acontece. Así, de tan ocupados como estamos en observar agazapados los devaneos del exterior, en escandalizarnos por si la muchachada se baña en pelotas en el río, olvidamos que estamos olvidados, no nos percatamos de que nuestra casa particular solo importa si una nevada provoca el caos a los que emprendieron viaje a la capital. Olvidamos, incluso, que los jefes de la moral, los inquisidores de pesquisas ajenas, andan en juicios por aquel mal vicio de incumplir el séptimo mandamiento.
A lo mejor es hora de preocuparnos por esta nuestra tierra que parece que no existe, por este proyecto sin interiorizar, por este parque temático de la nostalgia. A lo mejor es hora de guardar en el cajón las fotos de los amores pasados, de los tiempos (que nos dicen fueron) de esplendor, de dejar el cotilleo y arreglar la casa.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 25-01-2018

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