miércoles, 20 de junio de 2018

SERÁS ETO’O

Imagen tomada de elmundo.es
En un mundo en el que todo se compra y se vende, todo se compra y se vende. Incluso lo que no existe, basta con hacer creer que sí. Para ello, estos prestidigitadores acarician la ilusión e implan las expectativas de unos muchachos y sus familias para venderles un futuro tan verosímil como falso, un porvenir que no se encuentra al final de ese camino. Antes, claro, han aprendido que la pobreza genera desesperación y esta debilita las defensas ante la fantasía; que la distancia entre el hoy y el mañana, entre el aquí y el allá, les ampara. Han aprendido también que el fútbol se habla en una especie de esperanto, un idioma universal que permite hacer creíble el contacto entre mundos inmiscibles.
Un cóctel que permite al tahúr esconder los ases bajo la manga para poner en marcha el truco en el que caen los niños que muestran cierta pericia en esto de dar patadas a un balón. La práctica se extiende a lo largo y ancho del África negra aunque con mayor profusión en los países del Golfo -curiosos los juegos que propone la polisemia- de Guinea. De esta forma, en los suburbios de las ciudades de Camerún, Costa de Marfil, Ghana o Senegal, se hallan los principales caladeros. El sueño de convertirse en Etoó, Drogba o Weah sirve como anzuelo para estos ‘diamantes negros’ como les bautizó Miguel Alcantud en la película que dirigió en 2013 en la que se denuncia este tráfico de menores.

Las familias, crédulas aún a pesar de las mil razones para dejar de confiar en promesas foráneas, financian el viaje con todo lo que tienen y lo que no tienen, juntan ahorros y venden propiedades para que los niños puedan llegar al continente de neón a triunfar en el fútbol, para que los tahúres cazatalentos engorden sus cuentas.  
Les muestran un camino. A veces, América, Asia o los países del norte de África se les presentan como escalas previas. Luego, todo es nada. Alguna prueba, si acaso, en algún club menor, más promesas, siempre para más adelante hasta que el humo se desvanece. Que alguno pudiera alcanzar su objetivo sería poco más que una mentira estadística, un caso entre miles. La calle es el hogar más habitual de estos chiquillos que creyeron poder convertirse en émulos de sus ídolos y ahora se encuentran solos, lejos, desarraigados y sin más perspectiva que la de sobrevivir en un territorio hostil. Están, son, pero ni se sabe cuántos. 10.000, 20.00, 30.000. En realidad se han convertido en nadies imposibles de contar.
Es cierto que las altas instancias del fútbol desde hace algo más de diez años han legislado con la intención de que no prolifere este ‘negocio’. Por ejemplo, impide a los clubes el fichaje de jugadores extranjeros menores de 18 años. Pero no hay regla que no se pueda saltar. Falsos pasaportes, contratos de trabajo igual de falsos para los padres, declaraciones de fallecimiento de los padres y una consiguiente tutorización legal, sirven como escapatoria. 
En un mundo en el que todo se compra y se vende, todo es susceptible de ser comprado o vendido. Lo que queda fuera de ese mercado se convierte en desecho. Aunque se trate de seres humanos.

Publicado en la revista en el número 91 de "Umoya", la revista de la Federación de Comités de Solidaridad con África Negra. 

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