En un pequeño radio de acción, en pocos días, tres personas con sus diarios aún por escribir perdieron la vida sin más que por realizar su trabajo. Un policía municipal en Valladolid y dos obreros de la construcción en Burgos. Toca analizar las causas -separar lo accidental de lo negligente, lo inevitable de lo delictivo- pero hoy esto no va de buscar culpables.
Antaño hubiera dicho que me sobraba el homenaje al policía
cuando otros tantos fallecidos no reciben igual trato de la administración
pública. Hoy siento que me falta el que no se hace: el de las plazas mayores que
deberían componerse ante cada pérdida para que el dolor de los compañeros
despida el cuerpo roto; que jugarse la vida retirando techos es también una
forma de velar por los demás, un motivo para sentirse gremialmente orgullosos
de la labor que realizan cada día.
En el caso burgalés, los dos fallecidos habían llegado de
fuera de España. Un detalle que ni aporta ni quita valor pero que apunto en un
momento -como tantos- en que se mira de reojo al foráneo. No es cuestión de
resaltar la bondad de unos frente a la perversidad de otros sino de apuntar una
obviedad: el lugar de origen es otra circunstancia casual, el resultado de un
sorteo como tantos que hace la vida que designa lo que te toca, un condicionante
que tantas veces atrapa.
En la biografía del policía municipal, como en la de casi
todos, también hay una historia de emigración, la del pueblo a la ciudad. Vean ‘Surcos’
o ‘Rocco y sus hermanos’ y comprobarán que no fue tan distinta a la de hoy.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-08-2021
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