lunes, 12 de abril de 2021

QUE NO SEPA A FINAL

Ni por lo más remoto imaginé, aquella noche del verano de la Peñaranda de finales de los ochenta en que Ana me la regaló, que la cinta seguiría conmigo más de treinta años después. Y eso que en aquel entonces no sospechaba que pasado un tiempo no haría falta ni soporte físico para almacenar música. En aquella cinta se amontonaban un puñado de canciones grabadas a pelo en un bar de Salamanca, ciudad donde ella estudiaba medicina. El autor era un tal Manuel Díaz Luis. Una voz y una pluma demasiado interesantes pero que, al poco, se apagaron por culpa de un cáncer traidor, valga la redundancia.

Otros veranos pasaron: dejé de ir de forma continua a mi pueblo, de disfrutar de las noches de Peñaranda. Como consecuencia, aquellas conversaciones nocturnas con Ana, que terminaban solapándose con el alba, se fueron distanciando, hasta que dejaron de ser, hasta que nos perdimos la pista. También perdí la pista de la cinta. La dejé, pero no recordaba a quién.

Un cuarto de siglo después, dos llamadas en la misma semana, gratas por separado, obraron un milagro al unirlas. En una, mi padre me decía que la médica nueva del pueblo, al ver su apellido, le había preguntado si me conocía. Huelga decir que era Ana. En otra, Carmen, otra amiga a la que dejé de ver y de la que no sabía qué era de ella, me decía que había vuelto a Valladolid tras largos años en París. Quería verme, entre otras cosas para… devolverme la cinta.

Pienso ahora en esta peripecia porque, entre ese puñado de canciones del cantautor salmantino, una -no me pidan el título- define con precisión la situación en que queda el Pucela y el pucelanismo en general  y Javi Sánchez en particular: “Poco más que decir que no sepa a final, / que a veces me gusta que no pase nada”. Unos y otro se las prometían felices. Ese estado de ánimo que es el fútbol se enardecía. El equipo tenía la opción de dar un golpe en la mesa clasificatoria; el jugador, de asentarse en el once y lograr continuidad. Al descanso, lo primero parecía posible, el resultado favorecía; el central, sin embargo, volvió a toparse con la fatalidad. Otra lesión que se enlaza con la anterior, con la previa a la anterior y con la de antes de esta. Lo malo de encadenar es que se pierde la perspectiva. Una playa y un desierto, al fin, están formados por el mismo material: arena. La diferencia es la expectativa con la que se atraviesa una y otro. La playa de Javi Sánchez, esa pequeña distancia al mar que es una lesión muscular, se ha ensanchado de tal forma por la sucesión que la cura le puede empezar a parecer el Sahara. Masip es consciente del peso de la desventura, de ahí el mimo.

Un triunfo hubiera ayudado al chaval, la alegría colectiva es un buen atenuante de una desgracia personal. Pero tampoco. Aquí es Sergio el que puede decir que “a veces me gusta que no pase nada”. Sobre todo si el Pucela va ganando. Pero pasó. En ocho infaustos minutos la perspectiva, que pintaba halagüeña, se tornó en un mecagüental. Hubo silencio. Y esto es el fútbol cuando se pierde, la lesión cuando te frena, el amor cuando te deja, la vida cuando te pesa. “Que de pronto esté triste sin saber bien la causa/ y los nudos del llanto vengan a mi garganta/ como ahora, y no llores a pesar de las ganas”.

Para el próximo partido quedan diez días interminables, eternos, con la melancolía acechando, con el miedo horadando. Diez días futbolísticamente tristes. “Que el silencio medite y la luna no salga, /que no llueva en abril, que no vengas por casa, / que me abrace la música como tú no abrazas. /Que me acuerde de ti y tú sigas lejana”. Una playa, un desierto.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-04-2021

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