De forma sencilla, entendemos el
movimiento como la tesitura en la que se encuentra un cuerpo en el transcurso
de un cambio de posición. Desde esta perspectiva, el Valladolid, obviamente, modifica
su emplazamiento, se mueve hacia adelante, avanza, porque, como dejó cincelado
Vujadin Boskov en las tablas de piedra donde se acuñan los mandamientos de la
sabiduría futbolística, ‘punto es punto’ y todo suma. Los ahora ancianos que
padecieron las inclemencias del hambre de la posguerra extienden este principio
futbolero del aludido entrenador serbio a la vertiente nutricia: ‘mejor
ensalada que nada’.
La Física afianza la definición;
requiere para ello un observador capaz de constatar, mediante mediciones, dicho
cambio de posición -en función del tiempo- respecto a un sistema de referencia.
Esta perspectiva dota al movimiento de un matiz relativo: un cuerpo, en función
del sistema tomado como referencia, puede moverse o no hacerlo –mantenerse en
reposo–, puede, incluso, avanzar o retroceder mientras verifica idéntico
tránsito. Ya saben, usted y la persona que ocupa el asiento contiguo en un tren
en marcha permanecen quietos ante el ojo de una tercera pasajera; se desplazan
vertiginosamente hacia adelante desde la óptica de la vaca que pasta en la
pradera aledaña a la vía o reculan si nos atenemos a la panorámica que se
observa a través de la ventanilla del tren de alta velocidad que, circulando en
paralelo, sobrepasa su convoy. El punto –por más que persista en su boskoviano
ser punto, por más que, considerando el sistema de referencia de la recta de
los números naturales, suponga un avance– comporta un retroceso tanto en la
referencia clasificatoria como, y si me apuran esta visión es aún más
preocupante, en las coordenadas que definen el nivel del juego, el potencial
del grupo. Un puntito p’alante, un, dos tres, un pasito p’atrás. Pero no punto
y pasos sucesivos, como los de la coreografía del baile de María, sino
interpretados en el mismo instante.
Para comprensión del movimiento, en
su estudio físico, ya digo, contamos con dos caminos. A un lado se abre la
senda de la cinemática, una forma de estudio que se limita a considerar el
movimiento en sí, a analizar la trayectoria dibujada por el móvil según
transcurre el tiempo. Una línea decreciente, si nos referimos al Pucela, que ha
transitado desde las posiciones que albergan el sueño del ascenso hasta, de
momento, situarse a tiro de la amenaza con el desahucio. Queda la duda de si en
un futuro aparecerá el punto de inflexión primero, el mínimo después, que
indiquen el cambio de la tendencia, el fin de la caída, el inicio del tramo
creciente de la gráfica.
De otro, nos adentraremos en la
espesura de la vereda de la dinámica, un pasaje en el que se va relacionando dicha
trayectoria con las causas reales que la provocan, en el que se describen las
fuerzas que originan los movimientos… y las de resistencia, que los atenúan o
los detienen. El estudio dinámico respondería a la súplica de Almada tras el
partido ante el Málaga. Don erre que erre demandó en rueda de prensa analizar
los partidos más allá del resultado. Escribo ‘don erre que erre’ contradiciendo
de alguna forma lo sostenido en el artículo anterior, aquello del espíritu de
la escalera: por sus palabras, por sus declaraciones, por más que descienda
peldaños, por más que el Pucela se descuelgue escalones hacia abajo, la cabeza
de Almada no encuentra la frase idónea para haberla formulado antes. Y si la
idea se le presenta, se desvanece al ritmo que describiera el técnico galés
John Benjamin Toshack: “Los lunes
pienso en cambiar a diez jugadores, los martes a ocho, los jueves a cuatro, el
viernes a dos, y el sábado ya pienso que tienen que jugar los mismos cabrones
de siempre”. Los mismos cabrones y dispuestos de la misma manera. Las mismas
fuerzas del estudio dinámico de partidos anteriores -ese presionar más por
cantidad de esfuerzos que por calidad de los mismos- con la pretensión de
obtener una secuela diferente. Y eso, en frase (siempre y mal) atribuida a
Einstein, resulta que no. Salvo que nos refiramos a la erosión, el desgaste
provocado por la insistencia de movimientos aparentemente inocuos que terminan
por abrir grietas en el cuerpo rival. “Lo que hacemos -remata el técnico
blanquivioleta- es lo que te acerca a ganar”. Tendremos que creerle… o
desesperarnos aguardando el fin o bien de un proceso por definición duradero o bien de una excusa, también por definición, sin fundamento.