domingo, 16 de noviembre de 2008

LECCIÓN DE AUDACIA BLANQUIVIOLETA

Corría el minuto trece cuando Cannavaro, quien no ha tanto recolectaba galardones como el mejor futbolista del mundo, recibía un balón al borde de su área y le pateó virulentamente al vacío lejano. Poco después, Higuaín galopaba hacia la portería vallisoletana mirando a un lado y a otro sin encontrar a nadie que vistiese una camiseta similar a la propia. Recursos de equipo pequeño, de colectivo sin otro objetivo que la supervivencia encomendando parte de su futuro a los designios del azar. Los números en el fútbol no son nada pero ayudan a explicarlo todo. El Real Valladolid tuvo más posesión, cometió menos faltas, recibió menos tarjetas y generó más ocasiones -al menos hasta que cerró filas tras el gol-. En fin, el pequeño aceptó los galones de mando pero con menos dotes para imponer sus objetivos y el grande vivió como un Lazarillo cualquiera en pos de un chusco que le permitiera llenar el estómago. Los que ayer vestían de azul son el corolario de un equipo sin propuesta definida pero que golpeaba como un martillo pilón.
Hoy el Madrid es un equipo que ha heredado la ausencia de juego del que ganó dos ligas y ha perdido la suma de contundencias en las áreas: la de un Casillas sobrenatural en la suya y la de un Ruud Van Nistelroy tenaz y resolutivo en la ajena. El resto, una tropa de zapadores, tan útil para apoyar como ineficaz para resolver. El otrora campeón ha mutado en un triste náufrago que no sabe por dónde sopla el viento ni en qué dirección está la tierra. Ha vivido del peso de su escudo: la fuerza que genera y el miedo que produce. Una historia forjada con el acero del esfuerzo y el orgullo fenece y necesita una reconstrucción.
Mientras, el Pucela disfruta de un triunfo merecido por carácter y por propuesta. Asumió, ya digo, el papel que no le correspondía y ahora saborea el valor de su audacia. Mérito de Mendilibar, que nos sorprendió presentando un once sin un punta fijo, sustituyó el poderío por la movilidad, jugó sin referencia ante una defensa nerviosa y la apuesta dio su fruto. No es fácil levantarse tras un revolcón como el de la semana pasada pero lo han hecho, se han puesto en pie sin rastro de polvo en el traje. En vez de lamentarse han aprendido ciñéndose a aquella máxima: el mérito no está en no caer sino en saber incorporarse para continuar erguidos por la senda. Temíamos al Himalaya, se llegaba poco guarnecido de puntos, pero el grupo nos ha conquistado: y no tanto por los resultados cuanto por el camino elegido para llegar a ellos.
Esta vez el Valladolid decidió no quedarse en la barra, se acercó decidido cuando vio entrar al ser soñado que, mientras sonreía, dijo sí. Ahora se apresta a una noche de lujuria inimaginable para los pazguatos. Pero con precaución, que la vida hay que seguir disfrutándola. Enhorabuena.

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