lunes, 1 de septiembre de 2008

TIEMPOS ¿MODERNOS?

No hemos tenido que esperar. Primera jornada, primer apagón y el R. Valladolid como protagonista. Es el sino de un tiempo, el nuestro, en el que la voluntad de casi todos está supeditada al designio de quienes detentan el mango de la sartén. Unos pocos mandan y el resto pagamos sus ambiciones, sus caprichos o sus enfrentamientos.
Los intereses de dos grandes grupos empresariales colisionaron en su afán por adueñarse de las retransmisiones del fútbol y como consecuencia no pudimos ver el arranque liguero de un R. Valladolid cuyos resultados en la pretemporada habían cargado de ilusión las alforjas de los aficionados. Una guerra que les afecta sólo a ellos impidió, como efecto colateral, que comprobásemos si ese estado de gracia se iba a mantener o la competición oficial nos devolvería a la cruda realidad.

Dos empresas que cobran por ver el fútbol un precio al que sólo pueden acceder un grupo de privilegiados nos impidieron disfrutar de un futbolista singular –aunque deleite habitualmente a los aficionados del equipo ayer rival-, uno de esos pocos privilegiados capaces de realizar en un campo de fútbol lo que el resto de los futbolistas no pueden imaginar ni en sus sueños más húmedos: Iván de la Peña.
Tuvo la mala suerte de toparse con un entrenador, Louis Van Gaal, incapaz de modificar sus esquemas intelectuales para acoplar a un jugador diferente. El cartesianismo del holandés era incompatible con ese verso suelto que asombraba con pases imposibles. Posteriormente tomó la peor decisión de su vida: ir al fútbol italiano. Un fútbol dónde prima la virginidad de la portería propia frente a la seducción a la rival no es el adecuado para quien pretende ser un galán y no un padre celoso del “honor” de su hija. Ha reencontrado en el Espanyol, fuera ya de los grandes focos, el espacio que necesitaba para recrearnos con su juego. Quizá no defienda como a los entrenadores les gustaría pero lo que aporta, más lo que facilita que aporten sus compañeros, al ataque de su equipo cubre con creces esas lagunas.
Pero no pudimos verlo porque se repitió la misma historia de toda la vida, eso sí, hoy relatada con vaselina. Si uno quiere conocer las causas que impidieron que ayer viéramos el partido, comprobará que no diferirán de las que, treinta años atrás, me explicó mi padre cuando le pregunté por qué le imponían el precio, tanto cuando vendía la leche, como cuando compraba el pienso.
Lo mismo que antaño se realizaba apelando a la entrepierna hoy se lleva a cabo en nombre de una redefinida libertad. Un concepto que, a fuerza de ser manoseado, ha sufrido un proceso erosivo en el que ha perdido una parte básica de su contenido original. Entonces era la aspiración de una sociedad que pretendía que sus miembros tuvieran la facultad de obrar según su inteligencia y antojo. Hoy es el envoltorio bajo el cual se disfraza la subordinación de una mayoría a los intereses económicos de unos pocos. Unos pocos que especulan con sus posesiones, lo de ayer es un partido de fútbol y nadie se muere sin él, imposibilitando a grandes grupos de población la adquisición de recursos básicos. Esa misma crisis que aquí sufrimos, ha matado a miles de personas porque, igual que a nosotros ayer nos negaron el fútbol, encarecieron los productos de primera necesidad hasta hacer imposible su adquisición. Pero las cuentas de resultados no dejaron de mejorar. Seguimos hablando de libertad, siguen disfrutándola los pocos que pueden. El fútbol está en su mano y si deciden que no lo podamos ver, no lo vemos. Punto. Está en su mano y si lo transmiten lo hacen a unos precios que sólo permiten a una minoría disfrutarlo en sus casas y a los demás nos obliga a montarnos en una patera que nos lleva al bar. Y encima, el Pucela pierde.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-05-2008

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