viernes, 26 de septiembre de 2008

EL GOL DE OGBECHE

Hay días en los que se va al estadio con la sonrisa puesta. Suele bastar con un motivo, pero esta vez había dos: se esperaba una reacción del equipo tras el lamentable espectáculo ofrecido en Bilbao y el rival, un equipo con poco pedigrí pero que ha venido a Primera División para quedarse, se ha convertido en un fetiche para los de Pucela. Será adorado en esta tierra por los buenos recuerdos acumulados.
Hace un par de años, la U.D. Almería secundó al Real Valladolid en el camino a la Primera División. El año pasado, el semblante medroso de la afición local se mutó en un rostro de alivio cuando, en el último instante del partido, un golazo de Sesma cerró (de forma casi definitiva) las puertas de ese sótano que es la Segunda División.

Esta vez el partido no iba a ser definitivo, estamos en septiembre, pero todo suma en la cesta de los puntos y en la de la confianza. Despues del estropicio en San Mamés, una nueva derrota, hubiera instalado al equipo en el furgón de los torpes y cuando uno se convence de su torpeza se empeña en demostrarlo a lo largo del curso. La victoria tiene que significar un punto de inflexión en la mentalidad de los jugadores y de la afición. Hay buen equipo, en el banquillo siempre hay soluciones y se pueden aplicar múltiples variantes tácticas en función del desarrollo de cada encuentro. Asentado Zorrilla como fortín, Málaga ha de ser el primer jalón en esta lucha contra sí mismo de un Real Valladolid con más capacidad de lo que ellos creen y la afición supone. Y entre todos, uno: Ogbeche. El delantero nigeriano persigue el gol con el denuedo de un cincuentón en una discoteca. Y con el mismo éxito. No para de moverse, de buscar parejas de baile. Va aquí y allá, se insinúa a unas y otras, pero regresa a casa de vacío.
Su partido de hoy define perfectamente su estado de ánimo: terco, ansioso, carente de confianza. Unos síntomas que rebrotaron con mayor tozudez tras fallar un gol que el estadio ya cantaba de puro sencillo (y no lo era tanto). El día que consiga marcar y se libere de esa condena, la presión que sus ganas le imponen, podremos medir sus verdaderas dimensiones. El aplauso que recibió cuando recibió el balón, inmediatamente despues de esa ocasión, supone una muestra de confianza y un premio a su labor. El gol llegará y será el primero de muchos.
En las antípodas se encuentra Sergio Asenjo. Se siente de otro mundo. Resiste a un bombardeo como un buen portero de equipo pequeño, lo ha demostrado con frecuencia, y hoy ha lucido la característica que define a un grande: ser capaz de estar casi hora y media observando el partido en lontananza y volcar el resultado a favor de su equipo en la única ocasión en que se le exige.

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