domingo, 9 de mayo de 2010

SANTORAL BLANCO Y VIOLETA



En este instante preciso, el Real Valladolid está, es la noticia, fuera de las tres plazas malditas. Tras varios meses escondidos en el trastero, el equipo ha salido a la terraza. Falta por saber si es para disfrutar del sol o para arrojarse al vacío. En principio, el Valladolid viaja a Barcelona como víctima propiciatoria pero…
Más vale, en cualquier caso no hacer cábalas porque son tantas las alternativas posibles que no merece la pena perder un minuto en lo que no está de nuestra mano. Pero hay un factor que puede alentar el optimismo: de la misma manera que la temporada anterior parecía claro que todos los equipos susceptibles de descender ganarían sus partidos, este año no es así. Tanto Málaga como Tenerife se enfrentan, como nosotros, a equipos que tienen algo en juego. El Madrid apura sus últimas opciones de ganar la liga y el Valencia parte de las posibilidades de renovación de su técnico. Mestalla encendido no es un buen aval en la negociación. Más me preocupa ese Racing-Sporting. En cualquier caso, veremos.

Quizá estemos asistiendo, sin saberlo, a una película épica (mala en cualquier caso) en la que, tras recibir golpes de todos los colores por su propia torpeza, el protagonista sale indemne de la prueba más complicada cuando ya nadie lo espera. Queda una semana para conocer el desenlace definitivo, siete días en las que irán creciendo en paralelo las esperanzas y los miedos.

En este punto me siento en la obligación de contarles algo. Cada renglón que he escrito ha salido de mi cabeza y de mi corazón. No hay peor traición que la que uno se hace a sí mismo. Así vivo y así escribo (y así me va, pero eso es otro cantar). Vamos al meollo. Van para 24 los años que llevo en Valladolid. Llegué con 17 años y puedo decir, sin ambages, que esta es mi ciudad. En ella voy haciendo mi vida, está buena parte de mi gente y estoy implicado e identificado. En ella nació mi hijo. Comparto, como todo aficionado al fútbol, la teoría expuesta por Eduardo Galeano, «en su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol» y a los 17 años uno ya ha elegido colores futbolísticos y los míos eran blaugranas. El Valladolid es mi equipo de adopción, sobrevenido si se quiere, pero que me ha ido inundando hasta el punto de dejarme hoy con el corazón ‘partío’. El próximo fin de semana, no me pilla de nuevas, llevaba semanas sospechando que esto podría ocurrir, uno de mis equipos empañará la camiseta con sus lágrimas mientras el otro celebra la consecución de su objetivo. Y me he convencido: ganar una liga es un hecho circunstancial que adorna un palmarés, mantenerse en Primera es un objetivo de mucho mayor calado emocional.
El miércoles el Pevafersa fue invitado a la verbena en la que el Ciudad Real celebraba la liga de balonmano, esta vez, a priori, el papel le corresponde al Real Valladolid, con un agravante: se juega mucho más. Con pena y rabia por la incompatibilidad de objetivos de mis equipos sólo me cabe desear que el Real Valladolid anegue la fiesta blaugrana. ¡Aúpa Pucela! Barça, otro año será. Recemos por ello a san Eusebio, san Peternac y san Manolo Peña.

No hay comentarios:

Publicar un comentario