Decepción intensa. Hace unas semanas teníamos asumido, quizá hubiera dolido menos, el descenso como un hecho consumado. Una reacción, tras la llegada de Javier Clemente, nos hizo soñar, nos alejó de la realidad y creímos posible lo que, un mes atrás, parecía una quimera. El Real Valladolid nadó hasta depender de él mismo pero los brazos se le atenazaron cuando vislumbró la orilla. No es nuevo. Los blanquivioletas, que llevan diez finales consecutivas, han desaprovechado todas las ocasiones. Ganaron los partidos en que partían desde la desesperación pero la tensión les atenaza cuando empieza a escampar. No fuimos capaces de leer en profundidad el partido ante el Getafe, valoramos el empate sin ser conscientes de la incapacidad del equipo para imponerse a la situación.
Ayer se tiraron al Manzanares las posibilidades de permanecer en la Primera División, en esencia se terminaron de tirar porque el partido ante el Atleti no fue la faena sino el descabello. Un colofón que resume la temporada, el equipo fue un juguete durante la mayor parte del partido y cuando todo estaba perdido tuvo un (insuficiente) arranque de coraje.
Dice Javier Clemente que aún hay opciones. Las cábalas conceden algunas posibilidades. Sin embargo el golpe ha sido de tal calibre que suena a definitivo. Como en tantas otras ocasiones me gustaría equivocarme. No obstante habrá que recomponer el tipo y aspirar a que, tras el partido del sábado, mantengamos las esperanzas matemáticas. Luego esperaríamos el milagro del Nou Camp.
No se trata, en cualquier caso, de una ilusión instintiva sino del resultado de un esfuerzo por soñar. Un esfuerzo vano si, como nos acostumbra el Valladolid, respira cuando está muerto y muere cuando empieza a respirar.
Mañana me engañaré, hoy respiro, cierro y camino cabizbajo a casa. Vendrán mejores días.
Publicado en “El Norte de Castilla” el 6-5-2010
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