jueves, 6 de mayo de 2010

ESFUERZO POR SOÑAR



Decepción intensa. Hace unas semanas teníamos asumido, quizá hubiera dolido menos, el descenso como un hecho consumado. Una reacción, tras la llegada de Javier Clemente, nos hizo soñar, nos alejó de la realidad y creímos posible lo que, un mes atrás, parecía una quimera. El Real Valladolid nadó hasta depender de él mismo pero los brazos se le atenazaron cuando vislumbró la orilla. No es nuevo. Los blanquivioletas, que llevan diez finales consecutivas, han desaprovechado todas las ocasiones. Ganaron los partidos en que partían desde la desesperación pero la tensión les atenaza cuando empieza a escampar. No fuimos capaces de leer en profundidad el partido ante el Getafe, valoramos el empate sin ser conscientes de la incapacidad del equipo para imponerse a la situación.
Ayer se tiraron al Manzanares las posibilidades de permanecer en la Primera División, en esencia se terminaron de tirar porque el partido ante el Atleti no fue la faena sino el descabello. Un colofón que resume la temporada, el equipo fue un juguete durante la mayor parte del partido y cuando todo estaba perdido tuvo un (insuficiente) arranque de coraje.
Antes del partido, con el objetivo de reforzar mis deseos, recordaba el final de temporada pasada. Aquella última jornada en la que todos los equipos que se jugaban algo vencían a los que carecían de aspiraciones, aquel Osasuna tumbando, sucesivamente, a Barça y Madrid. Intuía que el Valladolid impondría su necesidad frente a un equipo cuyos estímulos se guardan para otras fechas. Para ellos el partido de hoy era un trámite sin más valor que el de completar el calendario. Así parecía y así aparecieron, jugando al tran-tran. El Valladolid aparentaba, por entonces, creer y en la primera parte ejerció un previsible dominio. Parecía un sorteo amañado pero los pucelanos olvidaron comprar el boleto. El destino, como si hubiera buscado un día para el recochineo, personificó en Manucho el drama del año. Estuvo más incisivo que de costumbre y dispuso de más ocasiones que nunca, pero ninguna de ellas cuajó. El ni fu ni fa del Atleti nos había apretado el cinturón en el minuto veinte, pero Jacobo respondió. Accidente, pensamos. La siguiente oportunidad, cuando moría la primera mitad, fue definitiva: gol, tocado y hundido. No hubo reacción y la segunda parte fue una cadencia de minutos huecos. Los unos sin pretensiones, los otros impotentes. Así llegaron dos goles más que signaron el triste epílogo que condensa una temporada para olvidar.
Dice Javier Clemente que aún hay opciones. Las cábalas conceden algunas posibilidades. Sin embargo el golpe ha sido de tal calibre que suena a definitivo. Como en tantas otras ocasiones me gustaría equivocarme. No obstante habrá que recomponer el tipo y aspirar a que, tras el partido del sábado, mantengamos las esperanzas matemáticas. Luego esperaríamos el milagro del Nou Camp.
No se trata, en cualquier caso, de una ilusión instintiva sino del resultado de un esfuerzo por soñar. Un esfuerzo vano si, como nos acostumbra el Valladolid, respira cuando está muerto y muere cuando empieza a respirar.
Mañana me engañaré, hoy respiro, cierro y camino cabizbajo a casa. Vendrán mejores días.

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