Sentados a la vera de un río,
Lennie Small y George Milton reposan tras haber puesto su huella en muchos de
los caminos arenosos de aquella California que sufría, unos más que otros, como
siempre, la Gran Depresión. Huían del pasado tratando de poner pie en un futuro
que nunca habría de llegar. En realidad pretendían escapar de un pasado
idéntico al futuro, una maldición que se repetía y de la que parecía imposible
huir: Lennie, inmenso, desmesuradamente fuerte, terminaba matando a cada ser
vivo que pretendía acariciar, fuese este ratón, conejo o mujer. Vuelta a las
andadas, vuelta a los caminos. Así lo cuenta Steinbeck en su novela ‘De ratones
y hombres’. Creo, y digo creo, que los dirigentes del fútbol profesional
español no tienen tan atrofiados los mecanismos del pensamiento como el pobre
Lennie pero el resultado es similar. Quieren, dicen, al deporte que tienen
entre manos, pero hacen todo lo posible por estrangularlo. El problema no es el
día de la semana elegido, ni la hora señalada, ni el vergonzoso estado del
césped en el que se jugó el partido. No, el problema solo es uno: la falta de
respeto. Michael Jordan, el baloncestista norteamericano, decía que nunca jugó
un partido a medio gas, por intrascente que fuera, ya que habría gente que solo
tendrían esa posibilidad de verle jugar. Aquí cada día se maltrata inmunemente
a quien pretende acudir al estadio, lo hacen sin problemas porque parecemos el
país del "nunca pasa nada". Hasta que pasa, eso sí. Lo que no es seguro es que
esa reacción exigiendo el respeto debido se vaya a dar a tiempo. Quizá, tan
acostumbrados estamos a ser tratados como súbditos que lleguemos a pensar que
este es el estado natural de las cosas. Al fin y al cabo, tomando palabras del
teólogo Leonardo Boff , hemos desechado la razón objetiva, la lógica de las
cosas, por la subjetiva, la lógica del yo. Un ‘yo’ que es mayor cuanto más
poder tenga el sujeto y que termina imponiéndose a los miles de ‘yoes’ más
pequeñitos.
Cuando no se debía y donde no
se podía, se jugó un partido de fútbol, vamos a llamarlo así aunque en realidad
vimos a veintitantos futbolistas tratando de adivinar las imposibles
trayectorias de un balón tras su contacto con el suelo. Aun así pudimos vislumbrar
algunos apuntes que pueden indicar cómo va a ser el Real Valladolid en este su
retorno a la élite. Más por obligación económica que por voluntad, se mantiene
la misma estructura y se pretende jugar con la misma personalidad. Al margen de
los jugadores de banda, el resto son los mismos que consiguieron el ascenso y
juegan con la misma convicción, no se han sentido arredrados por una categoría
que más de uno desconocía. De los tres recién llegados lo mejor que se puede
decir es que no lo parecían. Otra evidencia es que, si este es el equipo
patrón, vamos a ver a un Pucela muy lejano a aquel antiguo ideal de simetría.
Por ambos lados se genera problemas al equipo rival pero de forma radicalmente
opuesta: la derecha, Rukavina, Ebert, es intensa, tenaz e insistente; la
izquierda es fina, delicada y guadianesca.
De esta guisa el Valladolid ha
conseguido sus tres primeros puntos y da la sensación de que pueden ser muchos
más porque el nivel de la liga española es notablemente menor que el del año
pasado y ostensiblemente peor que el de hace cuatro o cinco. Cosas de haberlo
dejado en manos de estos Lennies que van matando al fútbol.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 21-08-2012
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