martes, 21 de enero de 2014

CASI UN ENGAÑO

Por si ya fueran pocas las dificultades a las que ha de enfrentarse para sobrevivir un joven de los años veinte en los suburbios de Rotterdam, Jacob Katadreuffe añadía una más: era un hijo ‘bastardo’, condición por la que se sentía apuntado por el dedo cruel de las habladurías. Su madre callaba en todos los sentidos, no solo le ocultaba el nombre de su padre sino que, además, quizá condicionada por el sentimiento de culpa, quizá por verse obligada a ‘cargar’ con un hijo que jamás deseó, nunca le dio el cariño ni la atención que el niño reclamaba. Jacob, a pesar de todo, se empeña en escalar socialmente. Unos viejos libros que yacían mortecinos en la casa de su madre encienden la llama de su curiosidad y marcan el inicio de su formación autodidacta. Un día descubre que Deverhaven, el ser más odiado de la comunidad, es su padre. Este es un hombre ruin que se siente orgulloso de ese estigma. No en vano, por su trabajo de alguacil se dedica a desalojar a los vecinos más pobres entre los pobres de sus casuchas y, en los ratos libres, ejerce de usurero aplicando métodos canallescos. 

Ante la dicotomía planteada por Maquiavelo, no existe ninguna duda; para Deverhaven es preferible ser temido que amado. La relación entre padre e hijo no cambia tras el descubrimiento, el padre no atiende ninguna necesidad del hijo, en todo caso, cuando nota que este tiene sed le obliga a comer bacalao y polvorones. La relación entre ambos se deteriora, el odio del hijo es manifiesto. De los sentimientos del padre poco sabemos. a simple vista es un bellaco que pretende humillar a su hijo, una segunda lectura indica que quiere que su hijo sea como él y como tal le educa para que así sea o muera en el intento. No quiere un hijo pusilánime, uno de tantos. Si ha de quedar por el camino que quede, pero si logra sobrevivir se habrá forjado en él ese carácter en el que el padre se reconoce. Un discurso que, adaptado a nuestros días, culpabiliza al humilde por su pobreza y exalta al emprendedor de éxito olvidando a los que se ahogan. Cualquier otro hubiera muerto, pero Jacob se sobrepone a toda adversidad y sobrevive. Carácter es, precisamente, el título de esta historia novelada por Ferdinand Bordewijk y llevada a la gran pantalla en 1997 por Mike van Diem. Carácter es, precisamente, lo que el Real Valladolid ha ido abandonando en algún lugar del camino. Ayer, aparentemente, parecía que había más ganas que en anteriores compromisos, pero carácter no es sinónimo de voluntad sino de determinación. Sin nada de esto, el Pucela llegó al descanso con ventaja, pero todo era mentira. Parecía que, al contrario que en la película, un padre desconocido eliminaba los problemas, frenaba los embates del Athletic y coaccionaba al árbitro para que se tragara el silbato en favor blanquivioleta. Pero el engaño duró apenas una hora. Podría haberse prolongado un poco más y haber sumado los tres puntos, pero hubiera sido como el espejismo que acompaña a la agonía del que camina en el desierto. Un brote verde, hubiéramos dicho. Y no, arena, arena, arena. 

Publicado en "El Norte de Castilla" el 21-01-2014

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